segunda-feira, 30 de abril de 2012

Qual o sentido da política de guerra às drogas?

O texto abaixo foi publicado na edição de hoje do EL PAÍS. Vale a pena você ler. Ajuda bastante na reflexão sobre quais as políticas públicas indicadas para lidar com a questão do uso de drogas.

¿Drogas? Hablemos



Un español maneja con destreza una tarjeta de crédito para preparar una dosis de cocaína; la Policía mexicana halla 14 cadáveres en una furgoneta; tres toneladas de opio afgano atraviesan Rusia; una madre colombiana entra en una prisión estadounidense para pasar la próxima década entre rejas por tráfico de estupefacientes; un joven neoyorquino muere de sobredosis en una fiesta y un marroquí lo hace en una patera al estallar la carga de su estómago. La secuencia no es real, que se sepa, pero algo parecido sucede cada día en todo el mundo. Son las consecuencias desiguales de un mismo tema, el vil aleteo de la mariposa o la teoría del caos. Las respuestas del tráfico de drogas, el mayor mercado del mundo.


Hace 40 años el presidente de Estados Unidos Richard Nixon se dirigió a la nación: “El enemigo público número uno de Estados Unidos es el abuso de las drogas (…) Declaro la guerra contra las drogas”. Estaba el entonces mandatario inmerso en el conflicto de Vietnam, una de las guerras más largas que se atribuyen a la superpotencia, pero aunque comúnmente olvidado, el frente que abrió Nixon en 1971 ha sobrevivido a todos sus sucesores. Hasta ahora, porque las cosas están empezando a cambiar.

Los primeros en hablar de fracaso en esta guerra fueron los expresidentes de Brasil, Colombia y México, Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, respectivamente. En los últimos meses, políticos en activo como el actual mandatario de Guatemala, Otto Pérez, o el de Colombia, Juan Manuel Santos, han seguido sus pasos para demandar la apertura de un debate sobre el tema, haciendo uso de la legitimidad que les otorga liderar los países que sufren la cara más trágica de las consecuencias de una guerra que suma víctimas a diario (aunque al sur del Río Grande). Honduras, con 82,1 homicidios por cada 100.000 habitantes, seguido de El Salvador, encabezan la lista mundial por tasa de homicidios. México, inmerso desde hace seis años en la guerra contra el narcotráfico, suma ya casi 50.000 muertos y ha incrementado su tasa de homicidios desde 2005 en un 65%, según datos de la ONU.


Su legitimidad, unida a las cifras y los muertos, ha obligado al presidente de EE UU, Barack Obama, a mover ficha. El runrún que alentaba a un debate en el continente americano estalló el pasado 14 de abril. Como no podía ser de otra manera, de la voz de un sucesor de Nixon. “Somos conscientes de nuestra responsabilidad en este tema y creo que es completamente legítimo entablar una discusión sobre si las leyes que están ahora en vigor son leyes que quizá están causando más daños que beneficios en algunos campos”. Habló Obama y todos entendieron: ha llegado la hora de hablar de drogas. El tema ya está en la agenda.

Sobre el incipiente debate que se abre, hay quienes defienden que la regulación de las drogas reduciría el tráfico y acabaría con un negocio que mueve 216.000 millones de euros anuales en todo el mundo, según la ONU; o 19.000 millones de euros solo en México durante 2009, según EE UU. Otros no ven cómo regular podría mejorar la seguridad. Entre ellos el presidente de El Salvador, Mauricio Funes, que considera que cualquier paso hacia la legalización “podría convertir a Centroamérica en un paraíso del tráfico y consumo de droga”. Funes aboga por implementar la ayuda para mejorar el nivel de vida de su país y luchar contra la pobreza y la exclusión. El debate en el continente americano no ha hecho más que empezar.

Si hay una palabra que se relaciona con la discusión sobre las drogas es legalización. Nada genera más rechazo o apoyo que abogar por ello. El presidente de Guatemala, Otto Pérez, fue el primero en pronunciarse ante un micrófono, mostrándose a favor, y el mismo Obama empezó su alocución en la Cumbre de las Américas del mes pasado marcando su posición en contra: “Legalizar no es la respuesta”.

Amira Armenta, miembro del Transnational Institute, un think tank internacional fundado en Amsterdam, explica que “la gente le tiene miedo a la legalización porque, presentada así, asusta”. Sin embargo, achaca a Pérez más un deseo de llamar la atención que de apoyar la legalización real. “Fue una presentación sobre todo mediática. Otto no dice ‘hagamos eso’, lo que dice es ‘discutamos eso’. Entre la actual política y la legalización hay muchas opciones. Habría que considerar las más realistas y con menos riesgos, que son concretamente las que tienen que ver con la despenalización y la discriminalización del consumo, del comercio y la producción”, argumenta.

La deriva que tome el debate es una incógnita para todos, pero las personas consultadas para este reportaje creen que la clave está en Estados Unidos. Después de una espera de años, nadie imagina que el cambio se produzca enseguida. Es más, con el actual presidente estadounidense inmerso en la precampaña electoral todos dudan de que haya una respuesta inmediata. “Obama no puede hablar de este asunto ahora, pero en un segundo mandato el campo es distinto. Tengo serias dudas de que sea un entusiasta promotor [de la regulación], pero sí creo que, en el fondo, no está en contra”, dice el presidente del Colectivo por una Política Integral hacia las Drogas en México, Jorge Hernández.

El experto estadounidense Peter Reuter considera que las drogas no son un tema de interés público para la sociedad estadounidense. “En las campañas presidenciales no se hablará nada de drogas”, augura este profesor de la Universidad de Maryland (EE UU), que sí pone el acento, sin embargo, en el cambio de actitud hacia la legalización de la marihuana, aunque “no hacia otras drogas”. A finales de 2010, California, uno de los 14 estados en los que la marihuana es legal para usos médicos, hizo un referéndum para decidir si se legalizaba el consumo y el cultivo. En una ajustada votación, un 56% de los electores votaron en contra y se rechazó la medida. Solo un año después, la encuesta Gallup aseguró que el 50% de los estadounidenses estarían a favor de la legalización de la marihuana. Hernández sostiene que si Obama llegara a apoyarla sería un buen punto de partida para el cambio de paradigma global respecto a todas las drogas.

El cannabis es, con mucho, la droga más consumida a nivel global. Entre 125 y 203 millones de personas de todo el mundo la consumieron en 2009, según datos de la ONU. Las cifras del consumo de todas las drogas se disparan hasta los 149 y 272 millones, lo que supone del 3,3% al 6,1% de la población de 15 a 64 años. “Es absurdo pensar que la demanda va a acabar aquí o allá, hay que aceptarla y trabajar en aras de la seguridad”, dice el presidente del Colectivo por una Política Integral hacia las Drogas en México.

Los especialistas hacen una clara diferenciación entre países productores y consumidores, para algunos lo que sirve para unos no sería bueno para los otros. Con el punto de partida marcado en la marihuana, valoran de forma desigual los beneficios reales que supondría la regulación para los países centroamericanos, que si bien no tienen un problema grave de consumo, sufren con la violencia la peor cara del tráfico de sustancias. “Al hablar de cambio de política se habla en realidad de legalización, regulación o despenalización de las drogas y, a pesar de que uno esté de acuerdo, la verdad es que no es un objetivo realista y a los países de producción y tráfico no nos serviría de mucho”, alerta el exguerrillero salvadoreño y experto en resolución de conflictos Joaquín Villalobos
Sin embargo, para el escritor mexicano Jorge Castañeda, que en “un mundo ideal defendería la liberalización total de todas las drogas”, que Obama regularizase la marihuana sí supondría un cambio importante, principalmente para México, gran exportador de cannabis al norte. “Los cárteles derivan parte de sus ganancias con la marihuana para extenderse y producir cocaína”, explica Castañeda. Eso no es suficiente para el politólogo mexicano especialista en temas de seguridad Alejandro Hope, que considera que en los países de América Latina los problemas de violencia y corrupción vinculados a las drogas “son un problema de cocaína”.

A la espera de ver qué votan los estadounidenses el próximo mes de noviembre, tímidos pasos del presidente Obama ya empiezan a materializar un incipiente cambio. Un nuevo enfoque y discurso. Nada más llegar de Cartagena de Indias (Colombia), donde pronunció sus palabras favorables al debate, el presidente de EE UU presentó un Plan Nacional de Drogas que por primera vez en 40 años ponía el objetivo en la prevención y el tratamiento de la drogadicción como una enfermedad más que en la acción policial. Solo unos meses antes, se conoció la rebaja de un 17% en 2013 respecto al año anterior en la inversión para la guerra global contra el tráfico de drogas, al pasar de 422 a 360 millones de euros.

El dinero estadounidense siempre ha financiado las guerras que libran los países centroamericanos contra las drogas. La más reciente, en México, comenzó con la Administración Bush y ha continuado con la de Obama. Tras seis años de guerra, desde la llegada al poder en México de Felipe Calderón, el consumo de drogas no ha caído y sobre el terreno, con el ejército desplegado en toda la República mexicana, el saldo humano se acerca ya a las 50.000 vidas. El presidente Calderón, de una manera más tímida que su homólogo colombiano, también es partidario de abrir el debate, aunque siempre se ha mostrado un acérrimo defensor del modelo prohibicionista. “Calderón es un cruzado antidrogas. Ahora es difícil que diga ‘mis muertos no sirvieron de nada, vamos a legalizar”, razona Castañeda.

Aunque para algunos expertos la política de Calderón ha sido un “rotundo fracaso” y una “carnicería”, que diría el escritor, Villalobos cree que “en algún sentido [la guerra en México] ha generado un sentido de urgencia para transformar la situación, hoy el estado tiene más capacidad que hace seis años, aunque eso no justifica que se haya hecho”. Así, defiende que el actual debate no se ha abierto por los últimos informes de la ONU o de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, como sí sostiene el experto colombiano Daniel Mejía, ni por las palabras de Otto Pérez o la mano tendida al diálogo del presidente Santos, sino por los “esfuerzos y sacrificios que México y Colombia han realizado para enfrentar al crimen organizado. Sin eso a EE UU y a muchos otros les seguiría sin importar el tema”. “Es falso que sea una alternativa al combate al crimen organizado. Lo progresista y avanzado en nuestro caso es que nos ocupemos de la construcción de Estado. Hay riesgo de que la demanda de legalización se convierta en un argumento para no hacer las reformas que se necesitan en seguridad y justicia en casi todos los países”, argumenta Villalobos.

La intervención militar es, por contra, para Hernández, una forma de “abdicación” del Gobierno y aboga por que “el Estado tome control de lo que está en manos del crimen”. Para el experto mexicano hablar de regulación “significa que, con o sin un marco prohibitivo, cada sociedad sea capaz de tener control del uso de las drogas legales o ilegales”. Habla de cambiar el uso de la fuerza por un enfoque social y preventivo. “El actual marco normativo supone que no existe ninguna otra forma de modelar la conducta de nuestra sociedad con respecto a sus prácticas, salvo la fuerza. Ha llegado la hora de ensayar nuevas cosas”, dice.

En esta línea, el profesor de la Universidad de Los Andes (Colombia) Daniel Mejía defiende la despenalización y la estrategia de poner el “énfasis en regular para quitarle los mercados al crimen organizado”. “El bloque centroamericano paga las consecuencias de la política de drogas que se impone. Esto no ha funcionado. ¿Por qué no pensar en un modelo para reducir los niveles de violencia?”, apoya Armenta desde Amsterdam.

Sin acuerdo sobre lo que está por llegar, sí hay consenso de que es ahora o nunca el momento de abrir un nuevo horizonte. El punto quizás más importante desde que Nixon declaró su guerra a las drogas. El inicio de algo que, como casi todo, empieza por una frase tan simple y a la vez tan difícil: “Hemos fracasado. Hablemos”.

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Terra Sociologia

A minha coluna do TERRA MAGAZINE se transformou também em um blog. É o TERRA SOCIOLOGIA. Visite-o aqui. Hoje, além das postagens anteriores, você encontra um texto intitulado "Os escândalos políticos e a sociologia brasileira".

Bom. Agora você me visita aqui e lá. Combinado?

sábado, 28 de abril de 2012

Da regulação da fecundidade à redefinição das matrículas dos filhos da classe C: uma tertúlia sociológica com Vilmar Faria, Jon Elster e Jessé Sousa

Há duas décadas, Vilmar Faria, em ensaio memorável, expôs as consequências não-intencionais da irresolução pública (através de políticas produzidos pelo Estado) da demanda por regulação da fecundidade por mulheres brasileiras. Para o saudoso pesquisador, meu mestre no Doutorado em Ciências Sociais da UNICAMP, o acordo político formado pela esquerda e a igreja em torno dos temas políticos candentes do período final da ditadura (eleições livres, anistia, liberdade partidária e sindical, fim das políticas de arrocho salarial e reforma agrária, dentre outros) teve como contrapartida a não abordagem pública de questões relacionadas ao que hoje denominamos de “direitos reprodutivos”. Não me refiro ao aborto. Nem a chamada igreja progressista compraria essa agenda na década de 1970. Chamo a atenção para algo, hoje, mais comezinho: a socialização dos métodos anticoncepcionais. Mesmo esse tema, para a esquerda da década de 1970, era algo “secundário” e que nos “desviaria” (sic) do principal: a luta contra a ditadura. E, como nos alertavam os acacianos de então, “levantar essa questão, companheiro, vai nos dividir”.

As exceções a esse silêncio ensurdecedor eram o excelente jornal MULHERIO, publicado pela Fundação Carlos Chagas nos primeiros anos da década de 1980, e os posicionamentos públicos de uma personalidade mais provocativas da época, a hoje senadora Marta Suplicy. No geral, o que tínhamos era o silêncio cúmplice da esquerda (devo acrescentar o “tradicional” ou isso é redundante agora?) com a Santa Madre. As mulheres pagaram a conta, em dores, mortes e sofrimento psíquico, desse conluio. Até certo ponto, relativizemos. Pois, e aí está o toque genial da análise de Vilmar Faria, como a demanda por regulação não era resolvida pelo Estado, alguém tinha que processá-la. E quem se apresentou para tal tarefa? O Mercado.

Assim, a demanda por regulação por fecundidade foi sendo respondida pelo mercado. Ainda hoje a indústria farmacêutica deve estar agradecida dos grandes lucros que a (in)ação dos ditos progressistas da segunda metade da década de 1970 e início dos anos 1980 lhe proporcionou. O que Vilmar Faria apontou foi que a ausência de política estatal (não diria, para não cometer um atrapalho etnocêntrico, política pública) para atender a demanda das mulheres terminou por fomentar saídas individuais, passíveis apenas pelo mercado. E aí se criou uma situação que aprofundou o fosso social: quem podia, comprava anticoncepcionais e buscava métodos de controle da natalidade; aquelas que não podiam, ficavam a mercê das frágeis redes sociais nas quais estavam inseridas ou então procuravam um político (não raro, médicos) que as ajudassem em troca de votos e apoios políticos.

Em linguagem atual, e aqui estou me referenciando nos escritos de Michel Misse, a demanda por regulação da fecundidade se tornou, durante quase duas décadas, uma importante “mercadoria política”. Particularmente no vasto mundo do semiárido brasileiro. Quantos vereadores, prefeitos ou deputados não se elegeram (e ainda mantêm intactas as suas clientelas políticas) porque patrocinaram (não raro, de forma que contrariava frontalmente os direitos reprodutivos) “ligaduras de trompas” pelo interior do Nordeste?

Diabos, Edmilson, e o que isso tem a ver com Jon Elster e matrícula no ensino médio brasileiro? Já vamos chegar lá! O fato é que na edição deste final de semana do jornal VALOR ECONÔMICO, você vai encontrar uma matéria que torna plausível a ligação estabelecida no título deste post. Intitulada “Renda faz família trocar escola pública pela privada”, o texto, escrito pelo jornalista Luciano Máximo, aporta uma explicação razoável para o crescimento do número de alunos do ensino básico na rede privada de ensino. Leia alguns trechos abaixo, em seguida, eu comento:

“As escolas públicas brasileiras, principalmente nos níveis fundamental e médio, estão perdendo espaço para os colégios particulares. Nos últimos dez anos, a educação básica municipal, estadual e federal, perdeu um total de 4,834 milhões de estudantes, enquanto o ensino privado ganhou 1,090 milhão de matrículas.

De acordo com levantamento feito pelo Valor, na média calculada de 2002 a 2011 o setor público perdeu 480 mil matrículas por ano e o mercado educacional privado arrebanhou cerca de 110 mil novos alunos anualmente. Especialistas em educação arriscam várias hipóteses para explicar o ocorrido. Uma das análises mais plausíveis é o crescimento econômico do país associado ao aumento da renda, o que estimula famílias que ascenderam socialmente a tirar seus filhos da escola pública e colocá-los na particular.(...)

Em dez anos, os maiores movimentos de aumento de matrículas nas escolas particulares e de perda exponencial de alunos nas públicas coincidem com os anos em que a economia brasileira mais cresceu. O Produto Interno Bruto (PIB) avançou acima de 6% de 2007 para 2008, período em que os colégios privados matricularam 700 mil alunos e os públicos perderam cerca de 500 mil. Em 2010, quando o PIB cresceu 7,5%, a maior alta em 24 anos, o país registrou 400 mil novas matrículas no ensino privado e quase 1 milhão de baixas nas escolas públicas.”

Aí está uma questão que merece uma análise mais cuidadosa. A qual, tanto quanto aquela da irresolvida demanda por regulação da fecundidade nos anos 1970/1080, pode (um toque relativista é fundamental, sempre) estar contribuindo para produzir uma consequência não intencional extremamente perverso.

Antes, porém, faça-se o registro de que o texto jornalístico, embora de boa qualidade como sói ocorrer com o material do VALOR, tem um viés explicativo para o fenômeno do crescimento do número de matriculados na rede privada que é muito encontrável em parte da sociologia da educação feita nestas plagas: são estruturas ou abstrações (“crescimento econômico”) que são tomadas com fatores causais de fenômenos que, no pão/pão/queijo/queijo, resultam de escolhas de indivíduos concretos. Ora, são pais e mães que escolhem matricular os filhos nas escolas privadas. São eles que, ancorados em motivos vários, tomam as decisões. Por que estão tomando a decisão de matriculá-los nas escolas privadas? Por que estão ganhando mais? Ora, ganhar mais é o que lhes possibilita tomar a decisão, não a sua motivação. Ou, pelo menos, não a razão suficiente. Há que se investigar isso.

Por que investigar? Ora, porque a consequência do aumento de matrículas no ensino básico privado é a criação do que poderíamos denominar de mercado educacional de segunda categoria.

Em outras palavras, os pais da chamada classe C estão retirando os seus filhos da escola pública e os matriculando em colégios nos quais as práticas educativas e os rendimentos escolares são iguais, se não piores do aqueles encontráveis nas escolas públicas.

Por que fazem? Por que lhes faltam informações? Por modismo? Ora, ora, guarde o seu etnocentrismo de classe média; as pessoas não jogam dinheiro no lixo. Especialmente aquelas, como as “batalhadoras” (Jessé Sousa), que derramam suor e lágrimas para consegui-lo.

Deixemos Jon Elster entrar na nossa tertúlia sociológica e aí teremos algum ponto de apoio para avançarmos uma interpretação menos “estruturalista” sobre a redefinição dessas matrículas: “quando defrontadas com vários cursos de ação, as pessoas comumente fazem o que acreditam que levará ao melhor resultado global”.

Ficastes chocado com a referência herética? O que eu queria chamar a atenção aqui era para a necessidade de pensarmos a redefinição das matrículas como “efeito de composição”, de um lado, e, de outro para construirmos interpretações mais razoáveis sobre as intenções dos pais da classe C.

Não dá, insisto, para derivá-las do crescimento econômico. Bueno, se a proposição de Elster tem sentido, então poderíamos nos interrogar sobre questões, tais como: as pessoas, especialmente os batalhadores, apreendidos pela sociologia de Jessé Sousa, precisam de previsibilidade.

Ora, como manter funcionando a minha pequena padaria ou continuar fornecendo quentinhas, se a escola do meu filho é intermitente? As greves, ausência de professores e de continuidade das escolas públicas são percebidas pelos pais de alunos. O custo da interrupção das atividades escolares é muito maior para a classe C do que para os outros setores da sociedade. Tanto para a classe média (que possui os seus serviçais e serviços) quanto para, salvo-me mais uma vez recorrendo a Jessé, da “ralé”. Na ralé, as redes frágeis e a pouca incorporação do ideal de “infância protegida”, tornam as ausências de atividades escolares em dramas que são minimizados pelo peso menor da responsabilidade individual e coletiva com as crianças.

Nossa! Que é isso? Que cara mais preconceituoso? Ah, sei, queres fazer sociologia e continuar na boa proteção do politicamente correto? Isso não dá em boa coisa. Como dizia minha prima, a Bourdenilda, que adorava citar Spinosa enquanto degustava uma boa buchada de bode, devemos ver o mundo orientados pela máxima do Baruch “Não rir, nem lamentar-se, nem odiar mas compreender."

A que nos leva isso? Ao seguinte: os pais da classe C podem querer algo previsível que eles intuem que é ruim (escola privada) a algo que pode até ser um pouquinho melhor (escola pública), mas que não tem regras claras e estabelecidas. Essa é apenas uma hipótese, que isso fique claro. Para saber a resposta, como diria meu primo Acácio, “só pesquisando”. E pesquisar custa caro, não é? Mais fácil consultar um especialista...

Em tempo: A referência do Vilmar Faria é: FARIA, Vilmar E. "Políticas de governo e regulação da fecundidade: conseqüências não antecipadas e efeitos perversos". In Ciências Sociais Hoje. São Paulo: Vértice/ANPOCS, 1989

quinta-feira, 26 de abril de 2012

Texto sobre Dahrendorf

Nesses dias, ao procurar ajuntar argumentos para um projeto de pesquisa, deparei-me com uma antiga leitura que fiz de um texto de Dahrendorf. Que coisa mais genial! O caraca mandava bem, como dizem os meus alunos. A sacada dele a respeito de normas e valores é absolutamente genial. Por isso, confiram abaixo um trechos de umtexto escrito sobre ele e sua obra. Foi publicada na revista TEMPO SOCIAL. No final, o link para a leitura do texto integral.

Ralf Darendorf (1929-2009): réquiem para um sociólogo liberal*
Antonio Carlos Dias Junior

Introdução

Faleceu na Alemanha em junho de 2009, pouco depois de ter completado 80 anos, o intelectual inglês, cuja origem germânica era prontamente denunciada pelo sobrenome, Sir Ralf Dahrendorf. Filósofo de formação e sociólogo por ofício, o autor teve sua profícua trajetória teórica enriquecida pelas experiências na vida pública cotidiana, primeiramente na Alemanha da década de 1970 e depois na Alta Câmara do Parlamento Britânico. Talvez o título deste necrológio (que não é exatamente um elogio fúnebre, mas uma homenagem) não faça jus ao autor, visto que Dahrendorf não gostava de rótulos. Não obstante, o liberalismo social, ou socialismo liberal (sem paradoxo entre os termos), era a forma como ele definia, ainda que contrariado, seu tipo particular de liberalismo.

Desta vertente liberal que floresceu no século XX, em que as liberdades individuais foram pensadas em conjunto com a agenda de reformas sociais, Dahrendorf derivou com rara profundidade e coerência suas convicções teóricas, políticas e existenciais. Do epíteto liberal nunca discordou, sobretudo como filiação antípoda aos regimes políticos contrários às liberdades individuais, mas desde que do liberal fosse exigida a tarefa igualmente essencial de cumprir a agenda dos direitos sociais. Se me fosse cobrada uma definição sucinta de seu pensamento, diria que Dahrendorf foi um intelectual que duvidou das certezas patentes e divisou a boa sociedade como aquela em que a liberdade é o bem supremo a ser alcançado e preservado, sob qualquer circunstância ou regime político.

Os temas com os quais trabalhou representam uma espécie de aprimoramento contínuo, não no sentido evolutivo do termo, e sim cumulativo. O próprio autor admitiu em diversas passagens que sua teoria foi constituída como reflexo, em grande parte, do percurso biográfico e intelectual, e por isso ela não pode ser (e o liberalismo que postulava também não o era) estacionária, imune aos acontecimentos históricos e à realidade concreta das sociedades. Filho de seu tempo e de seu século, Dahrendorf desenvolveu, assim como a geração de intelectuais que experimentou o terror do nazismo, verdadeira repulsa a qualquer espécie de totalitarismo de Estado.


Neste particular, sua pena não distinguiu colorações políticas ou ideológicas. Dahrendorf criticava com a mesma verve o regime hitlerista e o totalitarismo soviético, bem como a opressão exercida atualmente, de maneira tão pungente, pelo mercado e seus tentáculos.

As passagens abaixo, embora longas, mostram como esse anelo claustrofóbico se constituíra.


A minha experiência antifascista foi a de um militante muito jovem. Pertenço a uma família social-democrata. Meu pai foi deputado social-democrata durante a República de Weimar e exerceu atividades políticas durante toda sua vida. Pertenceu à resistência ao nazismo, foi preso pela primeira vez em 1933, depois em 1938 e, novamente, em 20 de junho de 1944. Nessa época, iniciei, com alguns amigos, uma espécie de associação estudantil. Tinha apenas 15 anos e talvez a minha atuação tivesse apenas a metade da gravidade que meus olhos de adolescente captavam. O que fizemos foi distribuir panfletos sobre os campos de concentração, e que atacavam o Estado da SS e faziam propaganda pelo fim da guerra e do regime nazista. Tudo caiu aos olhos da Gestapo e, assim, em novembro de 1944, eu e um amigo fomos presos e depois enviados a um campo de concentração, de onde fomos soltos por decisão da própria SS, no dia em que os russos chegaram. Essa experiência foi muito importante para mim. Jovem como era, senti a experiência do protesto e oposição contra o totalitarismo e, subitamente, compreendi o que significa estar preso, principalmente durante o período de solitária e que, como é óbvio, não foi particularmente agradável. Estou certo de que essa experiência influiu muito sobre minha formação liberal, apesar de poder dizer que a suportei bastante bem, pois, como disse, vinha de uma família empenhada na defesa dos valores da democracia. Um dos frutos que colhi é que, hoje, pertenço ao grupo dos que sustentam que os maiores perigos para a democracia podem vir da direita e não da esquerda (Dahrendorf, 1981a, p. 1).


E ainda: [...] o campo de concentração era de fato uma experiência muito diferente: na penumbra da manhã, filas sob o congelante vento do leste, à espera de um prato de sopa aguada; o brutal enforcamento de um prisioneiro russo, por ter roubado meia libra de margarina; fatias de pão passadas sub-repticiamente a um doente ou um velho, talvez uma lição de solidariedade e, acima de tudo, a sacralidade das vidas humanas. Mas foi durante estes dez dias de confinamento solitário que se gerou um anelo quase claustrofóbico pela liberdade, um desejo visceral de não ser cercado, nem pelo poder pessoal dos homens, nem pelo poder anônimo das organizações (Dahrendorf, 1979, p. 13).


As passagens também sugerem a precoce predileção liberal de Dahrendorf - e daí a crítica que elaborou ao nazismo, e que elaboraria mais tarde ao comunismo soviético e aos regimes autoritários da América do Sul. No nível teórico, o autor erigiria crítica sistemática àquelas teorias que considerava estruturantes e unívocas, resistentes ao conflito e, segundo sua argumentação, por natureza homogeneizantes da realidade social (no campo sociológico, o funcionalismo e o marxismo). Daí também sua acolhida ao individualismo metodológico weberiano, à metafísica kantiana, à lógica popperiana, e a predileção por nortes teóricos que não consideram a realidade social apreensível e inteligível como um todo.

No campo da teoria sociológica específica, Dahrendorf percorreu diversos caminhos. Muitos o conheceram nos meios intelectuais como o teórico do conflito, e outros não hesitaram em imputar-lhe a distinção de teórico da sociedade industrial. Estudiosos (que, diga-se, são poucos) de sua produção mais recente afirmam ter sido ele o teórico neoliberal das reivindicações igualitárias, do liberalismo social/institucional.


Todos têm razão, acrescentaria. Seu percurso intelectual, acadêmico e também como político de ofício é exemplo da versatilidade que marcou sua trajetória para além da carreira teórica, de acordo com o que buscarei mostrar nas linhas que se seguem. Formação e primeira produção intelectual Ralf Gustav Dahrendorf nasceu em 1929, na cidade de Hamburgo. Aos 18 anos de idade ingressou no Partido Social-Democrata alemão (SPD), e escolheu para isso a data simbólica de 1º de maio de 1947 (dia de seu aniversário).

 Na mesma época ingressava na Universidade de Hamburgo, onde estudaria letras clássicas, latim e grego, além de filosofia como matéria optativa. No último ano da graduação, mudou definitivamente para a filosofia e defendeu a tese de doutorado sobre Karl Marx1. Nos anos entre 1952 e 1954, Dahrendorf estagiou na London School of Economics (LSE), onde obteve outro doutoramento com uma tese sobre o trabalho não especializado na indústria britânica. Nessa época já era autor de ensaios de fôlego sobre teoria social. Deixou a London School para ingressar no Instituto de Pesquisa Social de Frankfurt, então dirigido por Teodor Adorno e Max Horkheimer, no qual permaneceu por pouco tempo: "fiquei lá exatamente oito semanas; depois de quatro, compreendi que reinava uma atmosfera opressiva e autoritária, que não me agradava. Na realidade, como liberal, não aceito as verdades patentes" (Dahrendorf, 1981a, p. 10).

De Frankfurt, Dahrendorf mudou-se para a Universität des Saarlandes, em Saarbrücken. Lá ficou por alguns anos e terminou de escrever a versão que seria publicada de As classes e seus conflitos na sociedade industrial (1982)2, obra que marcou sua produção, dando-lhe grande notoriedade e destaque nas ciências sociais. A publicação do livro marca o início da primeira fase de sua produção teórica. Alguns autores, como Alberto Izzo (1991) e Sérgio Adorno (1996), com os quais concordamos, entendem que há certa divisão (ou mesmo um corte de ordem epistemológica) em duas etapas na obra teórica do autor: um primeiro momento em que estão agrupados os primeiros escritos, realizados entre meados da década de 1950 e a primeira metade da década de 1970; e um segundo, que compreende a produção a partir de meados da década de 1970.


O primeiro Dahrendorf compreende o período em que o autor contestou de uma só vez e de maneira sistemática os fundamentos da teoria do consenso social de Talcott Parsons, bem como produziu uma espécie de atualização da teoria do conflito e da teoria de classes de Karl Marx. Esse conjunto de trabalhos compreende duas coletâneas de ensaios publicadas no Brasil: Sociedade e liberdade (1981b)3 e Ensaios de teoria da sociedade (1974)4, além de As classes e de outras obras menores derivadas de palestras e conferências. Datam dessa época também sua própria teoria do conflito e os primeiros escritos que versam especificamente sobre a temática da liberdade. No texto mais importante do período, As classes e seus conflitos na sociedade industrial, Dahrendorf partiu da premissa de que muitas das previsões de Marx foram refutadas pelo desenvolvimento das sociedades industriais no século XX, e de que a teoria do conflito em Marx não foi capaz de cobrir a complexidade das sociedades contemporâneas nem seus conflitos, que estão deslocados da esfera da produção.

Dessa forma, o desenvolvimento das forças sociais justificaria que a teoria de classes em Marx fosse colocada em xeque quando confrontada a observações empíricas, bem como a própria teorização marxiana do proletariado como agente histórico-social portador da possibilidade de emancipação. Dahrendorf apontava ainda para outra lacuna: a necessidade da elaboração de uma teoria do conflito que fosse aplicável não apenas à sociedade capitalista, mas às sociedades industriais em geral. Paralelamente à crítica a Marx, Dahrendorf propôs censura sistemática à teoria do consenso social de Parsons.


 Seu principal argumento residia no fato de a teoria parsoniana supostamente rejeitar a função dos conflitos nas sociedades, constituindo sistemas interpretativos fechados e utópicos. Para Dahrendorf, o modelo estrutural-funcionalista de sociedade não admite qualquer tipo de mudança, uma vez que se baseia na ideia de que cada indivíduo desempenha um papel definido e funcional ao equilíbrio social, não havendo, pois, espaço para o conflito, suposto aspecto estruturador e norte da teoria dahrendorfiana.


Partindo da crítica dessa não possibilidade (em relação ao conflito social), Dahrendorf propôs sua própria tese. O conflito seria funcional - no sentido não funcionalista do termo - à sociedade, na medida em que é o próprio motor transformador da história.


Para o autor, uma sociedade baseada no modelo estrutural-funcional, no qual tudo segue uma marcha para a perfeição, evoca um quadro terrível, já que tal pretensa estabilidade estende-se invariavelmente à realidade sociopolítica concreta, tornando-a totalitária. "[...] quem quiser conseguir uma sociedade sem conflitos, tem que fazê-lo pelo terror e pela força policial; pois só a representação de uma sociedade sem conflitos é um ato de violência cometido contra a natureza humana" (Dahrendorf, 1981b, p. 84). Segundo sua argumentação, no conflito repousaria, portanto, o próprio caráter histórico-antropológico das sociedades humanas, pois as respostas divergentes garantem que o homem, através de suas inquietações e incertezas, busque sempre soluções divergentes às situações e aos desafios que se apresentam cotidianamente. Para Dahrendorf, no conflito, na mudança e na multiformidade da realidade social repousa o caráter de incerteza intrínseco ao ser humano. Sobretudo, conflito social representa, no registro liberal de Dahrendorf, a caução a todos os modelos amorfos de sociedade; significa a não possibilidade de haver respostas possíveis para tudo, vale dizer, que a instabilidade é a marca distintiva da realidade social e do próprio homem como ser histórico. Para o autor, "[...] os conflitos são indispensáveis, como um fator do processo universal da mudança social [...] exatamente porque apontam para além das situações existentes, são os conflitos um elemento vital das sociedades, como possivelmente seja o conflito geral de toda vida" (Idem, p. 82).


Em 1957-1958, Dahrendorf esteve no Centro de Estudos Avançados em Ciências Comportamentais de Palo Alto, nos Estados Unidos, permanecendo por um ano apenas, porém muito profícuo, pois lá se encontrava Parsons, com quem polemizava agudamente. Nos Estados Unidos, tomou contato mais íntimo com o liberalismo inglês e norte-americano, sobretudo de John Stuart Mill, o que acabaria moldando sua própria visão política e teórica. Esse foi realmente um período de intensa atividade intelectual.

O ano de 1957 marca também a produção de um dos textos mais clássicos de Dahrendorf: Homo sociologicus (1969)5, no qual o autor discute o conceito de papel social. No conjunto de sua obra, Durkheim tratou de estabelecer os papéis como fatos sociais elementares. Ingressamos nas relações sociais não como indivíduos crus, mas sim envolvidos por roupagens que nossa posição na sociedade nos confere. Nossa herança como seres sociais e sociáveis nos lega um conjunto de posições (políticas, participação social, preferências pessoais etc.) que nos são ensinadas, passadas e apreendidas. Se as transgredimos, há sanções que nos fazem lembrar os nossos deveres.

O Homo sociologicus, argumentava Dahrendorf, é o portador de tais papéis; mais que isso, a sociedade é vexatória, isto é, aliena de si o Homo sociologicus. Utilizando-se de linguagem kantiana, argumenta que há um indivíduo moral que pode e deve ser visto em separado dos papéis sociais, possuindo, portanto, um caráter empírico e outro inteligível (ou moral), cabendo a ele ser estimulado a lutar contra as imposições da sombra sociológica do homem.


Deliberadamente dialogando com Max Weber (1989) e a busca pela neutralidade axiológica (e também a distinção entre a ética da responsabilidade e a das convicções), Dahrendorf propunha que o sociólogo como tal não deve ser um político, no sentido de utilizar sua posição para tal fim, nem tampouco deve abster-se por completo da realidade política que o cerca. Seu Homo sociologicus, com efeito, vive em permanente conflito entre a sociedade, que jamais é intrinsecamente moral, e o social. Em sua visão, esse conflito não pode ser solucionado no plano da teoria, mas deve sê-lo na prática.

Disso decorre que aqueles que se dedicam ao estudo da sociedade, bem como aqueles que exercem funções políticas, não devem jamais negligenciar sua função crítica como intelectuais. Após essa rápida passagem pelos Estados Unidos, Dahrendorf regressa à Alemanha, a Saarbrücken, onde permaneceria por alguns anos. Em pouco tempo estaria de volta à vida política ativa, conciliando-a com a acadêmica.


Em 1960, então precoce professor, foi convidado a proferir oficialmente uma palestra no congresso do SPD na cidade de Bad Godesberg sobre o governo representativo e as mudanças sociais. Na ocasião Dahrendorf salientou que o desenvolvimento da Alemanha no pós-guerra deveria ser pautado cada vez mais na insistência dos direitos individuais e do bem-estar do indivíduo, bem como na liberdade e consequente diminuição do papel do Estado como elemento essencial do desenvolvimento social.

Ao final de sua fala, defendeu de forma explícita que o êxito do SPD (historicamente o partido radical de esquerda na Alemanha) seria garantido somente se houvesse pronta transformação aos moldes liberais. Além de vaias, essa afirmação gerou um posicionamento oficial do partido de não compartilhamento das palavras e ideias do emergente palestrante. Dahrendorf, por sua vez, ainda no púlpito, respondeu que portanto, provavelmente, jamais tinha pertencido àquele partido. Data desse dia seu desligamento formal do SPD e dos socialistas.

O afastamento da vida política perdura, no entanto, apenas até o ano de 1967, quando ingressa no Partido Liberal Alemão (FDP). Segundo Dahrendorf, a adesão foi motivada primeiramente por decisão estratégica, uma vez que o Partido Liberal, embora com posições excessivas à direita, opunha-se à Grande Coalizãode Kiesinger e Brandt6. Em sua apreciação, tal coalizão, que aglutinava cerca de 90% do eleitorado e dos parlamentares, configuraria um retrocesso à ideia tradicional alemã - segundo a qual o conflito é um mal, de modo que é preciso estar de acordo sobre todos os assuntos e construir um amplo consenso, que representaria, portanto, um "retorno perigosíssimo a uma perspectiva política profundamente antiliberal, no sentido de contrária à liberdade" (Dahrendorf, 1981a, p. 3).

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Comece a noite em boa companhia

A vida e a correria

Uma correria daquelas, sabe. De vez em quando, a roda-viva domina o cotidiano. E, súbito, somos tragados pela voragem das coisas. Já não somos nós mesmos, mas as coisas que funcionam através de nós. E aí, damo-nos conta, de que o tempo passou rápido em demasia.

Bueno, mas agora, acho, estou de volta. Com a mesma disposição de sempre.