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VICENTE VERDÚ
El gozo del arquitecto
El arquitecto y casi todos los humanos -sean artistas o no- disfrutan en dos circunstancias extremas. Para los arquitectos, la primera se concreta en aquellos casos en que la dificultad del emplazamiento, la irregularidad del solar o la severa presión del presupuesto le oponen resistencia y le retan para salir finalmente airoso. Es la parte sacrificial pero heroica, masoquista pero de puro maçon.
La segunda circunstancia, mucho más infrecuente, es aquella en la que a disposición del señor arquitecto se halla prácticamente todo en lo que un profesional podría soñar. Materiales, Libertad, Dinero, Salud y Reverencia.
De la primera opción, si acaba en éxito, nace una perla engastada. De la segunda, se alza, resultado triunfal, una histórica obra maestra. No solo una obra colosal sino gozosa hasta el punto de que el visitante duda sobre lo que le impresiona más: si la magnitud física o la forma del placer a gran escala.
Esta última oportunidad impresionante es la que representa la múltiple Cidade da Cultura de Galicia que está construyendo el arquitecto estadounidense Peter Eisenman y que empezará a inaugurar pabellones (la Biblioteca y el Archivo de Galicia) el próximo otoño.
Por entonces se cumplirán unos 12 años desde el fallo del jurado que premió a Eisenman en competición con Nouvel, Gallegos, Perrault, Koolhaas, Navarro Baldeweg y alguno más. Y también se cumplirán, un decenio de polémicas e improperios por el altísimo coste que desde los 300 millones calculados inicialmente las cifras no han dejado de crecer.
Polémicas entre ciudadanos y desde luego entre políticos porque desde que Fraga quiso dejar tras de sí esta huella monumental, los partidos socialistas y nacionalistas que llegaron después han debido asumir la figura y el peso de ese legado.
Las razones de que el presupuesto se haya disparado son comunes en cualquier obra pública y aún más en las mayores; lo singular, sin embargo, es que esta Cidade muestra conmovedoramente y hasta concupiscentemente el talento creador del artista. Podría sentirse fácilmente que se trata de la obra culminante de Eisenman (77 años en agosto) en un doble sentido. Culminante como ópera máxima y culminante como ópera definitiva.
Ópera máxima porque nada antes tuvo esa magnitud en su carrera y ópera definitiva en cuanto que el autor se ha entregado a ella de forma absoluta y exhaustiva. Porque se trata, en suma, de una edificación de tanto esmero e invención, tan meticulosamente dotada de detalles constructivos y formales que no será necesario esperar a su conclusión para participar del gozo, el gozo del diseño y el obsceno gozo del arquitecto.
Varios días a la semana se organizan visitas para recorrer ese ámbito con forma de caparazón acoplado sobre la cresta de un monte y para descender hasta sus holgados sótanos trazados como la vaciada espina de un pez. Otros dos edificios, además de los que se inaugurarán en otoño, estarán listos en la primera mitad del año próximo: el Museo de Galicia y el de Servizos Centrais. Todavía en una fase inicial se encuentran el Centro de Arte Internacional y el Centro de Música e das Artes Escénicas.
Muchos gallegos, políticos o no, han despotricado sobre el gigantismo -o el "despilfarro"- de esa obra repetidamente llamada "faraónica". Y es faraóni-ca incluso literalmente. Tanto para proclamar la imagen de Santiago en el futuro como para testimonio de un arquitecto que si no ha muerto ya con el esfuerzo de la construcción, es muy posible que, como colofón, llegue a morir de gozo.
quinta-feira, 1 de julho de 2010
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