terça-feira, 28 de dezembro de 2010
Tão perto do céu, tão longe de Deus...
Nós, brasileiros, também lidamos com o problema do narcotráfico. E, por isso mesmo, podemos aprender alguma coisa e tirar algumas lições do terrível cenário mexicano. Daí que, sempre que posso, transcrevo aqui informações sobre a situação mexicana. Hoje, reproduzo abaixo artigo de autoria de Ignácio Ramonet sobre a guerra contra as drogas. O texto foi publicado inicialmente no Le Monde. A tradução para o português é de responsabilidade do EX-BLOG DO CÉSAR MAIA. Foi neste último que o capturei o que segue. Boa leitura!
MÉXICO: UM ESTADO ENCURRALADO ENTRE TRÁFICO, ZETAS, POLÍCIA, EXÉRCITO, MILÍCIAS, DEA!
Trecho do artigo de Ignacio Ramonet (21), no Le Monde Diplomatique.
1. Há uma guerra interna no México. Ou melhor, três guerras. Numa delas, diferentes cartéis do narcotráfico combatem pelo controle territorial; em outra, grupos Zetas (organizações mafiosas, constituídas por ex-militares e antigos policiais) especializam-se em sequestros e extorsões contra a população; a terceira provém da opressão e abusos cometidos pelos militares e forças especiais contra os civis. Nessas guerras, o número de mortos provocados por elas desde 2003 chega próximo dos 30 mil.
2. O México parece cada vez mais com um “Estado encurralado”, preso em uma armadilha mortal. Todos os tipos de agressores armados desfilam pelo país: as forças especiais do exército e os comandos de elite da polícia; bandos de paramilitares e para-policiais; clãs de assassinos e gangues de todos os tipos; agentes norte-americanos da FBI, CIA e da DEA; e por fim os Zetas, que persistem na perseguição dos imigrantes latino-americanos, na travessia em direção aos Estados Unidos.
3. A cada ano, cerca de 500 mil latino-americanos atravessam o México em direção ao “paraíso norte-americano”, mas antes de alcançá-lo, seu percurso assemelha-se ao inferno. Ataques sucessivos de hordas predatórias depenam-nos no decorrer da trilha, com roubos, sequestros, violações… Oito mulheres entre dez são vítimas de abusos sexuais; grande parte delas é transformada em “serventes escravizadas” por bandos criminais, ou contratadas como prostitutas. Centenas de crianças são arrancadas de seus pais e obrigadas a trabalhar nos campos clandestinos de maconha.
4. Milhares de imigrantes são sequestrados e para liberá-los, os Zetas exigem de suas famílias o pagamento de um “regaste”. “Para as organizações criminais é mais fácil sequestrar durante alguns dias alguns desconhecidos em troca de 300 a 1500 dólares cada um, que correr o risco de sequestrar um grande patrão.” Se ninguém é capaz de pagar o regaste dos sequestrados, eles são simplesmente liquidados.
5. Cada célula dos Zetas possui seu próprio carrasco, muitas vezes responsável pela decapitação e esfolamento dos corpos das vítimas, até por queimá-los dentro de barris metálicos. No decorrer da última década, cerca de 60 mil imigrantes ilegais, cujos familiares não puderam quitar o resgate, “desapareceram” dessa forma…
6. Por outro lado, o governo de Obama considera que o banho de sangue que submerge o México ameaça ser um grande perigo para a segurança norte-americana. A chefe da diplomacia, Hillary Clinton, não hesitou em declarar: “A ameaça que representam os narcotraficantes está crescendo; parecendo cada vez mais com a de grupos de insurgentes políticos (…) O México começa a parecer cada vez mais com a Colômbia dos anos 1980.”
7. O poder mexicano continua batendo na tecla de que nos últimos anos o viés militar foi a única solução para a desordem e a violência do país. Resultado: cada vez mais os cidadãos parecem concordar com as decisões dos militares diante da situação vigente… Uma solução encorajada sem dúvida pelo Pentágono, apesar de o Departamento e Estado e a Presidência do EUA manterem a velha retórica dos “princípios democráticos”.
8. São as máfias norte-americanas que tiram a maior vantagem de todo o narcotráfico latino-americano: cerca de 90% do lucro total, 45 bilhões de euros por ano… Enquanto todos os cartéis da América Latina juntos compartilham apenas os 10% restantes…
sexta-feira, 4 de setembro de 2009
TESTEMUNHOS DO HORROR

Viaje al corazón de las tinieblas
MARIO VARGAS LLOSA
Estamos en el hospital de Minova, una aldea en la orilla occidental del lago Kivu, un rincón de gran belleza natural -había nenúfares de flores malvas en la playita en la que desembarcamos- y de indescriptibles horrores humanos. Según el doctor Tharcisse, director del centro, el terror que las violaciones han inoculado en las mujeres explica los desplazamientos frenéticos de poblaciones en todo el Congo oriental. "Apenas oyen un tiro o ven hombres armados salen despavoridas, con sus niños a cuestas, abandonando casas, animales, sembríos". El doctor es experto en el tema, Minova está cercada por campos que albergan decenas de miles de refugiados. "Las violaciones son todavía peor de lo que la palabra sugiere", dice bajando la voz. "A este consultorio llegan a diario mujeres, niñas, violadas con bastones, ramas, cuchillos, bayonetas. El terror colectivo es perfectamente explicable".
Ejemplos recientes. El más notable, una mujer de 87 años, violada por 10 hombres. Ha sobrevivido. Otra, de 69, estuprada por tres militares, tenía en la vagina un pedazo de sable. Lleva dos meses a su cuidado y sus heridas aún no cicatrizan. Casi se le va la voz cuando me cuenta de una chiquilla de 15 años a la que cinco "interahamwe" (milicia hutu que perpetró el genocidio de tutsis en Ruanda, en 1994, y luego huyó al Congo, donde ahora apoya al Ejército del Gobierno del presidente Kabila) raptaron y tuvieron en el bosque cinco meses, de mujer y esclava. Cuando la vieron embarazada la echaron. Ella volvió donde su familia, que la echó también porque no quería que naciera en la casa un "enemigo". Desde entonces vive en un refugio de mujeres y ha rechazado la propuesta de un pariente de matar a su futuro hijo para que así la familia pueda recibirla. La letanía de historias del doctor Tharcisse me produce un vértigo cuando me refiere el caso de una madre y sus dos hijas violadas hace pocos días en la misma aldea por un puñado de milicianos. La niña mayor, de 10 años, murió. La menor, de 5, ha sobrevivido, pero tiene las caderas aplastadas por el peso de sus violadores. El doctor Tharcisse rompe en llanto.
Es un hombre todavía joven, de familia humilde, que se costeó sus estudios de medicina trabajando como ayudante de un pesquero y en una oficina comercial en Kitangani. Lleva dos años sin ver a su familia, que está a miles de kilómetros, en Kinshasa. El hospital, de 50 camas y 8 enfermeras, moderno y bien equipado, recibe medicinas de Médicos Sin Fronteras, la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias, pero es insuficiente para la abrumadora demanda que tiene al doctor Tharcisse y a sus ayudantes trabajando 12 y hasta 14 horas diarias, 7 días por semana. Fue construido por Cáritas. La Iglesia católica y el Gobierno llegaron a un acuerdo para que formara parte de la Sanidad Pública. No se aceptan polígamos, ni homosexuales, ni se practican abortos. El salario del doctor Tharcisse es de 400 dólares al mes, lo que gana un médico adscrito a la Sanidad Pública. Pero como el Gobierno carece de medios para pagar a sus médicos, la medicina pública se ha discretamente privatizado en el Congo, y los hospitales, consultorios y centros de salud públicos en verdad no lo son, y sus doctores, enfermeros y administradores cobran a los pacientes. De este modo violan la ley, pero si no lo hicieran, se morirían de hambre. Lo mismo ocurre con los profesores, los funcionarios, los policías, los soldados, y, en general, con todos aquellos que dependen del Presupuesto Nacional, una entelequia que existe en la teoría, no en el mundo real.
Cuando el doctor Tharcisse se repone me explica que, después de las violaciones, la malaria es la causa principal de la mortandad. Muchos desplazados vienen de la altura, donde no hay mosquitos. Cuando bajan a estas tierras, sus organismos, que no han generado anticuerpos, son víctimas de las picaduras, y las fiebres palúdicas los diezman. También el cólera, la fiebre amarilla, las infecciones. "Son organismos débiles, desnutridos, sin defensas". Vivir día y noche en el corazón del horror no ha resecado el corazón de este congoleño. Es sensible, generoso y sufre con el piélago de desesperación que lo rodea. Desde la pequeña explanada de las afueras del hospital divisamos el horizonte de chozas donde se apiñan decenas de miles de refugiados condenados a una muerte lenta. "La medicina que todo el Congo necesita tomar es la tolerancia", murmura. Me estira la mano. No puede perder más tiempo. La lucha contra la barbarie no le da tregua.
II - LOS PIGMEOS. Debo a los pigmeos de Kivu Norte haberme librado de caer en manos de las milicias rebeldes tutsis del general Laurent Nkunda la noche del 25 de octubre de 2008. Yo había llegado el día anterior a Goma, la capital de Kivu Norte, y mis amigos de Médicos Sin Fronteras, gracias a los cuales he podido hacer este viaje, me habían organizado un viaje a Rutshuru (a tres o cuatro horas de esta ciudad) para visitar un hospital construido y administrado por MSF, que presta servicios a una gran concentración de desplazados y víctimas de toda la zona. La víspera de la partida, mi hijo Gonzalo, que trabaja en el ACNUR, me telefoneó desde Nueva York para decirme que sus colegas en el Congo me tenían prevista, para la mañana siguiente, una visita a un campo de pigmeos desplazados en las afueras de Goma. Aplacé un día el viaje a Rutshuru y, por culpa del general Nkunda, que ocupó aquella noche ese lugar, ya no pude hacerlo.
Los pigmeos, pese a ser la más antigua etnia congoleña, son los parientes pobres de todas las demás, discriminados y maltratados por unas y por otras. Fieles al prejuicio tradicional contra el otro, el que es distinto, leyendas y habladurías malevolentes les atribuyen vicios, crueldades, perversiones, como a los gitanos en tantos países de Europa. Por eso, en una sociedad sin ley, corroída por la violencia, las luchas cainitas, las invasiones, la corrupción y las matanzas, los pigmeos son las víctimas de las víctimas, los que más sufren. Basta echarles una mirada para saberlo.
El campo de Hewa Bora (Aire Bello), a una decena de kilómetros de Goma, acaba de formarse. Está en un suelo pedregoso y volcánico, de tierra negra, y parece increíble que en lugar tan inhóspito las 675 personas que han llegado hasta aquí, hace un par de meses, desde Mushaki, huyendo de las milicias de Laurent Nkunda, hayan podido hacer algunos cultivos, de mandioca y arvejas. Nos reciben cantando y bailando a manera de bienvenida: pequeñitos, enclenques, arrugados, cubiertos de harapos, muchos de ellos descalzos, con niños que son puro ojos y huesos y las grandes barrigas que producen los parásitos. Su baile y su canto, tan tristes como sus caras, recuerdan las canciones de los Andes con que se despide a los muertos. Aunque con cierta dificultad, varios de los dirigentes hablan francés. (Es una de las pocas consecuencias positivas de la colonización: una lengua general que permite comunicarse a la gran mayoría de los congoleses, en un país donde los idiomas y dialectos regionales se cuentan por decenas).
Escaparon de Mushaki cuando las milicias rebeldes atacaron la aldea matando a varios vecinos. Piden plásticos, pues las chozas que han levantado -con varillas flexibles de bambú, atadas con lianas, de un metro de altura más o menos, sobre el suelo desnudo y con techos de hojas- se inundan con las lluvias, que acaban de comenzar. Piden medicinas, piden una escuela, piden comida, piden trabajo, piden seguridad, piden -sobre todo- agua. El agua es muy cara, no tienen dinero para pagar lo que cuestan los bidones de los aguateros. Es una queja que oiré sin cesar en todos los campos de refugiados del Congo en que pongo los pies: no hay agua, cuesta una fortuna, ríos y lagos están contaminados y los que beben en ellos se enferman. Las personas que me acompañan, del ACNUR y de Médicos Sin Fronteras, toman notas, piden precisiones, hacen cálculos. Después, conversando con ellos, comprobaré la sensación de impotencia que a veces los embarga. ¿Cómo hacer frente a las necesidades elementales de esta muchedumbre de víctimas? ¿Cuántos más morirán de inanición? La crisis financiera que sacude el planeta ha encogido todavía más los magros recursos con que cuentan.
En el campo de Bulengo, que visito luego del de Hewa Bora, veo las raciones de alimentos, mínimas, que distribuyen a los refugiados. Un voluntario de Unicef me dice, la voz traspasada: "Tal como van las cosas con la crisis, todavía tendremos que disminuirlas". Médicos, enfermeros y ayudantes de las organizaciones humanitarias son gentes jóvenes, idealistas, que hacen un trabajo difícil, en condiciones intolerables, a quienes la magnitud de la tragedia que tratan de aliviar por momentos los abruma. Lo que más los entristece es la indiferencia casi general, en el mundo de donde vienen, el de los países más ricos y poderosos de la Tierra, por la suerte del Congo. Nadie lo dice, pero muchos han llegado, en efecto, en Occidente a la conclusión de que los males del Congo no tienen remedio.
Bulengo fue en 1994 el campamento del Ejército ruandés hutu que invadió el Congo después de perpetrar la matanza de cientos de miles de tutsis en el vecino país. Ahora es el eje de un complejo de 16 campos de desplazados y refugiados que con ayuda de la Unión Europea y de las organizaciones humanitarias da refugio a unas trece mil personas. Éstas pertenecen a diferentes grupos étnicos que conviven aquí sin asperezas. Aunque Bulengo está mucho más asentado y organizado que el de Hewa Bora, la calidad de vida es ínfima. Las chozas y locales, muy precarios, están atestados y por doquier se advierte desnutrición, miseria, suciedad, desánimo. La nota de vida la ponen muchos niños, que juegan, correteándose. Varios de ellos son mutilados. Converso con un chiquillo de unos 10 o 12 años que, pese a tener una sola pierna, salta y brinca con mucha agilidad. Me cuenta que los soldados entraron a su aldea de noche, disparando, y que a él la bala lo alcanzó cuando huía. La herida se le gangrenó por falta de asistencia, y cuando su madre lo llevó a la Asistencia Pública, en Goma, tuvieron que amputársela.
En Bulengo hay 48 familias de pigmeos, que, aparte de las protestas que ya hemos oído en Hewa Bora, aquí se quejan de que la escuela es muy cara: cobran 500 francos congoleños mensuales por alumno. La educación pública es, en teoría, gratuita, pero, como los profesores no reciben salarios, han privatizado la enseñanza, una medida tácitamente aceptada por el Gobierno en todo el país. En muchos lugares son los padres de familia los que mantienen las escuelas -las construyen, las limpian, las protegen y aseguran un salario a los profesores-, pero aquí, en los campos de refugiados, todos son insolventes, de modo que si se ven obligados a pagar por los estudios, sus hijos dejarán de ir a la escuela o ésta se quedará sin maestros.
En el campo hay muchos desertores de las milicias rebeldes. Uno de ellos me cuenta su historia. Fue secuestrado en su pueblo con varios otros jóvenes de su edad cuando los hombres de Laurent Nkunda lo ocuparon. Les dieron instrucción militar, un uniforme y un arma. La disciplina era feroz. Entre los castigos figuraban los latigazos, las mutilaciones de miembros (manos, pies) y, en caso de delación o intento de fuga, la muerte a machetazos. Me confirmó que muchos soldados del Ejército congoleño vendían sus armas a los rebeldes. Se escapó una noche, harto de vivir con tanto miedo, y estuvo una semana en la jungla, alimentándose de yerbas, hasta llegar aquí. En su pueblo, donde era campesino, tenía mujer y cuatro hijos, de los que no ha vuelto a saber nada porque el pueblo ya no existe. Todos los vecinos huyeron o murieron. Le pregunto qué le gustaría hacer en la vida si las cosas mejoraran en el Congo, y me responde, después de cavilar un rato: "No lo sé". No es de extrañar. En Bulango, como en Hewa Bora y en los campos de desplazados de Minova, la actitud más frecuente en quienes están confinados allí, y pasan las horas del día tumbados en la tierra, sin moverse casi por la debilidad o la desesperanza, es la apatía, la pérdida del instinto vital. Ya no esperan nada, vegetan, repitiendo de manera mecánica sus quejas -plásticos, medicinas, agua, escuelas- cuando llegan visitantes, sabiendo muy bien que eso tampoco servirá para nada. Muchísimos de ellos están ya más muertos que vivos y, lo peor, lo saben. Los campos son indispensables, sin duda, pero sólo si funcionan como un tránsito para la reincorporación a la vida activa, con oportunidades y trabajo. Si no, quienes los pueblan están condenados a una existencia atroz, parásita, que los desmoraliza y anula. Y éste es quizás el más terrible espectáculo que ofrece el Congo oriental: el de decenas de miles de hombres y mujeres a los que la violencia y la miseria han reducido poco menos que a la condición de zombies.
III - EL GALIMATÍAS CONGOLEÑO.
Y, sin embargo, se trata de un país muy rico, con minas de zinc, de cobre, de plata, de oro, del ahora codiciado coltán, con un enorme potencial agrícola, ganadero y agroindustrial. ¿Qué le hace falta para aprovechar sus incontables recursos? Cosas por ahora muy difíciles de alcanzar: paz, orden, legalidad, instituciones, libertad. Nada de ello existe ni existirá en el Congo por buen tiempo. Las guerras que lo sacuden han dejado hace tiempo de ser ideológicas (si alguna vez lo fueron) y sólo se explican por rivalidades étnicas y codicia de poder de caudillos y jefezuelos regionales o la avidez de los países vecinos (Ruanda, Uganda, Angola, Burundi, Zambia) por apoderarse de un pedazo del pastel minero congoleño. Pero ni siquiera los grupos étnicos constituyen formaciones sólidas, muchos se han dividido y subdividido en facciones, buena parte de las cuales no son más que bandas armadas de forajidos que matan y secuestran para robar.
Muchas minas están ahora en manos de esas bandas, milicias o del propio Ejército del Congo. Los minerales se extraen con trabajo esclavo de prisioneros que no reciben salarios y viven en condiciones inhumanas. Esos minerales vienen a llevárselos traficantes extranjeros, en avionetas y aviones clandestinos. Un funcionario de la ONU que conocí en Goma me aseguró: "Se equivoca si cree que el caos del Congo está en la tierra. Lo que ocurre en el aire es todavía peor". Porque tampoco en las alturas hay ley o reglamento que se respete. Como la mayoría de vuelos son ilegales, el número de accidentes aéreos, el más alto del mundo, es terrorífico: 56 entre julio de 2007 y julio de 2008. Por esa razón ninguna compañía aérea congoleña es admitida en los aeropuertos de Europa.
Como el principal recurso del país, el minero, se lo reparten los traficantes y los militares, el Estado congoleño carece de recursos, y esto generaliza la corrupción. Los funcionarios se valen de toda clase de tráficos para sobrevivir. Militares y policías tienden árboles en los caminos y cobran imaginarios peajes. A Juan Carlos Tomasi, el fotógrafo que nos acompaña, cada vez que saca sus cámaras alguien viene con la mano estirada a cobrarle un fantástico "derecho a la imagen". (Pero él es un experto en estas lides y discute y argumenta sin dejarse chantajear). Para viajar de Kinshasa a Goma debemos, antes de trepar al avión, desfilar por cinco mesas, alineadas una junto a la otra, donde se expenden ¡visas para viajar dentro del país!
No es verdad que la comunidad internacional no haya intervenido en el Congo. La Misión de las Naciones Unidas en el Congo (MONUC) es la más importante operación que haya emprendido nunca la organización internacional. La Fuerza de Paz de la ONU en el Congo cuenta con 17.000 soldados, de un abanico de nacionalidades, y unos 1.500 civiles. Sólo en Goma hay militares de Uruguay, India, África del Sur y Malaui. Visité el campamento del batallón uruguayo y conversé con su jefe, el amable coronel Gaspar Barrabino, y varios oficiales de su Estado Mayor. Todos ellos tenían un conocimiento serio de la enrevesada problemática del país. La inoperancia de que son acusados se debe, en realidad, a las limitaciones, a primera vista incomprensibles, que las propias Naciones Unidas han impuesto a su trabajo.
Las milicias de Laurent Nkunda, luego de capturar Rutshuru, comenzaron a avanzar hacia Goma, donde el Ejército congoleño huyó en desbandada. La población de la capital de Kivu Norte, entonces, enfurecida, fue a apedrear los campamentos de la Fuerza de Paz de la ONU (y, de paso, los locales y vehículos de las organizaciones humanitarias), acusándolos de cruzarse de brazos y de dejar inerme a la población civil ante los milicianos.
Pero el coronel Barrabino me explicó que la Fuerza de Paz, creada en 1999, según prescripciones estrictas del Consejo de Seguridad, está en el Congo para vigilar que se cumplan los acuerdos firmados en Lusaka que ponían fin a las hostilidades entre las distintas fuerzas rivales, y con prohibición expresa de intervenir en lo que se consideran luchas internas congoleñas. Esta disposición condena a las fuerzas militares de la ONU a la impotencia, salvo en el caso de ser atacadas. Sería muy distinto si el mandato recibido por la Fuerza de Paz consistiera en asegurar el cumplimiento de aquellos acuerdos utilizando, en caso extremo, la propia fuerza contra quienes los incumplen. Pero, por razones no del todo incomprensibles, el Consejo de Seguridad ha optado por esta bizantina fórmula, una manera diplomática de no tomar partido en semejante conflicto, un galimatías, en efecto, en el que es difícil, por decir lo menos, establecer claramente a quién asiste la justicia y la razón y a quién no. No tengo la menor simpatía por el rebelde Laurent Nkunda, y probablemente es falso que la razón de ser de su rebeldía sea sólo la defensa de los tutsis congoleños, para quienes los hutus ruandeses, armados y asociados con el Gobierno, constituyen una amenaza potencial. Pero ¿representan las Fuerzas Armadas del presidente Kabila una alternativa más respetable? La gente común y corriente les tiene tanto o más miedo que a las bandas de milicianos y rebeldes, porque los soldados del Gobierno los atracan, violan, secuestran y matan, al igual que las facciones rebeldes y los invasores extranjeros. Tomar partido por cualquiera de estos adversarios es privilegiar una injusticia sobre otra. Y lo mismo se podría decir de casi todas las oposiciones, rivalidades y banderías por las que se entrematan los congoleños. Es difícil, cuando uno visita el Congo, no recordar la tremenda exclamación de Kurz, el personaje de Conrad, en El corazón de las tinieblas: "¡Ah, el horror! ¡El horror!"
IV - LOS POETAS. Y sin embargo, pese a ese entorno, conocí a muchos congoleños que, sin dejarse abatir por circunstancias tan adversas, resistían el horror, como el doctor Tharcisse, en Minova. Placide Clement Mananga, en Boma, que recoge y guarda todos los papeles y documentos viejos que encuentra para que la amnesia histórica no se apodere de su ciudad natal (él sabe que el olvido puede ser una forma de barbarie). O Émile Zola, el director del Museo de Kinshasa, combatiendo contra las termitas para que no devoren el patrimonio etnológico allí reunido. A esta estirpe de congoleños valerosos, que luchan por un Congo civilizado y moderno, pertenecen los Poétes du Renouveau (Poetas de la Renovación), de Lwemba, un distrito popular de Kinshasa. Son cerca de una treintena, una mujer entre ellos, y aunque todos escriben poesía, algunos son también dramaturgos, cuentistas y periodistas.
Además del francés, la colonización belga dejó asimismo a los congoleses la religión católica. En el país hay también protestantes -vi iglesias evangélicas de todas las denominaciones-, musulmanes -en la región oriental- y varias religiones autóctonas, la mayor de las cuales es el kimbanguismo, así llamada por su fundador, Simon Kimbangu, enraizada sobre todo en el Bajo Congo. Pero, pese a la hostilidad que desencadenó contra ella el dictador Mobutu, a quien hizo oposición, la católica parece, de lejos, la más extendida e influyente. Iglesias y centros católicos son los focos principales de la vida cultural del país.
Los Poétes du Renouveau se reúnen en la iglesia de San Agustín, donde tienen una pequeña biblioteca, una imprenta y una amplia sala para recitales y charlas. Publican desde hace algunos años unas ediciones populares de poesía que venden a precio de coste y a veces regalan. Empeñados en que la poesía llegue a todo el mundo, se desplazan a menudo a dar recitales y conferencias literarias por toda la región. Asisto a un interesante encuentro, de varias horas, en el que discuten temas literarios y políticos. El francés que escriben y hablan los congoleños es cálido, cadencioso, demorado y, a ratos, tropical. Haciendo de diablo predicador, provoco una discusión sobre la colonización belga: ¿qué de bueno y de malo dejó? Para mi sorpresa, en lugar de la cerrada (y merecida) condena que esperaba oír, todos los que hablan, menos uno, aunque sin olvidar las terribles crueldades, la explotación y el saqueo de las riquezas, la discriminación y los prejuicios de que fueron víctimas los nativos, hacen análisis moderados, situando todo lo negativo en un contexto de época que, si no excusa los crímenes y excesos, los explica. Uno de ellos afirma: "El colonialismo es una etapa histórica por la que han pasado casi todos los países del mundo". Lo refuta otro, que lanza una durísima requisitoria contra lo ocurrido en el Congo durante el casi siglo y medio de dominio belga. Le responde un joven que se presenta como "teólogo y poeta" con una única pregunta: "¿Y qué hemos hecho nosotros, los congoleños, con nuestro país desde que en 1960 nos independizamos de los belgas?".
segunda-feira, 25 de maio de 2009
Uma viagem ao mercado de armas
Las armas ilegales desangran Latinoamérica
Más de 140.000 personas mueren tiroteadas cada año en la región - Los 'narcos' han reemplazado a las guerrillas en el negocio - Nicaragua es un gran punto de entrada
FERNANDO GUALDONI / JAVIER LAFUENTE - Madrid - 25/05/2009
Los recientes juicios contra dos de los más conocidos traficantes de armas, el ruso Víktor Bout -alias El Mercader de la Muerte- en Tailandia (pendiente de extradición a EE UU para agosto) y el sirio Monser al Kassar (condenado en febrero a 30 años de prisión en Nueva York), han revelado lo sencillo que es meter armas ilegalmente en América Latina, el papel crucial que desempeña Centroamérica, en especial Nicaragua, en este negocio, y la amenaza que supone que un país como Venezuela fabrique sus propios fusiles y municiones.
Para detener a Bout y Al Kassar, la agencia antidroga estadounidense alegó que ambos intentaron vender lanzamisiles portátiles tierra-aire rusos SAM a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La ruta prevista para ambas operaciones era similar: las armas partían desde Rumania o Bulgaria y entraban por Nicaragua. Desde el país centroamericano se iban a arrojar con paracaídas sobre territorio colombiano.
"No hay pruebas de que el Gobierno de Ortega sea cómplice del tráfico, pero sin duda el país tiene enormes lagunas legales que facilitan el tráfico ilegal", dice Roberto Orozco, experto nicaragüense del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas. "Es verdad que no se puede afirmar que Managua esté directamente involucrada, pero hay que recordar que Ortega ha dado cobijo a narcoterroristas de las FARC", replica el colombiano Alfredo Rangel, director de la Fundación Seguridad y Democracia en Bogotá.
Los puertos nicaragüenses están entre los mayores coladeros de armas en la región, según fuentes de Defensa de EE UU. "En especial el puerto de Corinto", apunta Orozco. "Es el único de aguas profundas y está controlado por el Ejército y la policía, que hace la vista gorda. No hay estadísticas fiables sobre la cantidad de barcos que atracan allí, pero no hay que pensar en veinte o treinta, con dos o tres bien cargados es suficiente para abastecer al mercado de miles de armas", añade.
Hay más de 80 millones de armas ilegales en América Latina, según el Centro para la Información de Defensa (CID) de Washington. Cualquier criminal, hasta el más imbécil, tiene acceso a una pistola y hasta a un fusil. Ni hablar de las narcoguerrillas y el crimen organizado, éstos se hacen con un lanzacohetes como cualquier español con una barra de pan.
Los datos son brutales. La tasa de homicidios -140.000 al año, según el Banco Mundial- es más del doble del promedio mundial. Varios países tienen un índice de crímenes por cada 100.000 habitantes más que alarmante: Brasil, 28; Colombia, 65; El Salvador, 45; Guatemala, 50; Venezuela, 35. La violencia también golpea a la economía latinoamericana. El coste de esta lacra se estima en un 14,2% del PIB regional. según el informe Crimen y Violencia en el Desarrollo del Banco Mundial.
Además, el tráfico ilícito de armas está cada vez más estrechamente ligado al narcotráfico. En Perú, hace unos meses, saltaron todas las alarmas cuando el Ejército comprobó que los resquicios de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso, hoy dedicada a la producción y venta de cocaína, tenían en su poder lanzacohetes RPG-7, ametralladoras pesadas y fusiles Kaláshnikov, todos de origen ruso. El rearme senderista ya ha costado la vida a medio centenar de soldados peruanos en 12 meses.
A finales de abril, los senderistas intentaron derribar el helicóptero en el que viajaba el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general Francisco Contreras. El coronel Jorge de Lama iba en el aparato. "Nos dispararon dos granadas de RPG, pero por suerte cayeron lejos. No creo que supieran que iba el general Contreras, simplemente apuntaron a un helicóptero militar que estaba en su zona", relata De Lama, refiriéndose al valle de los ríos Apurimac y Ene, la inaccesible zona de Ayacucho donde Sendero ha estado desde que se creó en los ochenta. El Ejército peruano se resiste a revelar las rutas de abastecimiento de armas de los senderistas, pero no se atreve a negar que el puerto amazónico de Iquitos es un agujero negro para la seguridad del país. A esta ciudad estaban destinados los 50.000 Kaláshnikov que Vladimiro Montesinos, el siniestro ex jefe de los servicios secretos peruanos durante el Gobierno de Fujimori, compró en Jordania. Sin embargo, 10.000 de esas armas acabaron en manos de las FARC. El resto nunca se entregó porque Ammán detuvo la operación.
Iquitos y la frontera entre los países andinos y Brasil, el golfo de Urabá, que une Colombia y Panamá, el triple límite entre Paraguay, Brasil y Argentina -zona donde Hezbolá tiene una fuerte influencia-, son algunos de los principales puntos de contrabando en la región. Sin embargo, Centroamérica y, en especial Guatemala y Nicaragua, han adquirido en los últimos años especial relevancia como puerta de entrada de los cargamentos.
Rangel recuerda que así como Nicaragua ya es clave en el comercio ilegal, Venezuela desempeña un papel relevante. Como buena parte de las armas que acaban en el mercado negro proceden de la policía y el Ejército -robadas o vendidas por los propios agentes o militares-, hay serios temores de que parte de los 100.000 Kaláshnikov que Caracas compró a Rusia acaben en manos de los narcos. Sin embargo, el mayor peligro, apunta Rangel, lo constituirá la fábrica venezolana, bajo licencia, de armas y municiones rusas.
Mientras que las armas abundan en la zona, las municiones escasean. El calibre 7,62 mm, que usan los fusiles rusos AK-103 adquiridos por Venezuela, es el más deseado por la región y en especial por las FARC, que aún poseen al menos 5.000 armas que necesitan esta munición. Hoy se consigue en Perú y Bolivia, pero en poca cantidad. La fabricación de este calibre en Venezuela ofrecerá a las narcoguerrillas una fuente ilimitada de municiones dentro del continente.
Aparte de los canales de tráfico de armas que se remontan a la época de auge de las guerrillas, en los setenta y ochenta, se han afianzado en la región aquellos controlados por el crimen organizado. Los intercambios de droga por armas que los carteles de la droga colombianos inauguraron a mediados de los noventa con la mafia rusa han proliferado. Así como la cocaína sale de Colombia, Perú y Bolivia hacia Europa a través de Venezuela, Ecuador y Brasil, las armas recorren el mismo camino en sentido contrario.
Adelaida Vásquez y Carolina Gabea son testigos casi a diario de este tráfico. Ambas son fiscales de Ciudad del Este, la urbe paraguaya pegada a Brasil y Argentina y uno de los mayores focos de contrabando de armas de Suramérica y paso del tráfico desde Brasil hacia Perú y Colombia. Tienen una queja común: pocos recursos y el enemigo en casa. "La policía nacional no sólo no nos ayuda, nos boicotea. Tenemos un grupo de agentes especiales, pero son pocos ante tanto delito", explica Vázquez, que sobre drogas y armas lo ha visto todo. "Una vez confiscamos una ametralladora antiaérea a unos narcos... no me lo podía creer", añade. Vázquez es de Ciudad del Este, pero Gabea lleva en la ciudad cuatro años, es de Asunción. "Es peligroso ser legal y trabajar acá, pero ¿sabe qué?, si uno se mantiene limpio el narco no suele meterse con uno. Es parte del juego", dice Gabea.
segunda-feira, 18 de maio de 2009
A crueldade de Dante: um artigo de Alberto Manguel
La crueldad de Dante
ALBERTO MANGUEL
La decisión del presidente Obama de dar a conocer los documentos sobre las prácticas interrogatorias de Guantánamo y Abu Ghraib y, al mismo tiempo, no ordenar la investigación de quienes llevaron a cabo tales prácticas, me recordó un caso bien anterior, en el que el sistema legal es también utilizado para justificar la tortura, y en el cual el torturador tampoco es condenado por sus acciones. Ocurre casi al final del viaje al infierno de Dante, en el Canto XXXII de su Comedia.
Siguiendo a Virgilio por los varios círculos infernales, Dante llega al lago glacial en el que las almas de los traidores son presas hasta el cuello en el hielo. Entre las terribles cabezas que gritan y maldicen, Dante cree reconocer la de un cierto Bocca degli Abati, culpable de haber traicionado a los suyos y haberse aliado al enemigo. Dante pide a la inclinada cabeza que le diga su nombre y, como es ya su costumbre a lo largo del mágico descenso, promete al pecador fama póstuma en sus versos cuando vuelva al mundo de los vivos. Bocca le contesta que lo que desea es precisamente lo contrario, y le dice a Dante que se vaya y no lo fastidie más.
Furioso ante el insulto, Dante coge a Bocca por el pescuezo y le dice que, a menos que confiese su nombre, le arrancará cada pelo de la cabeza. "Aún si me dejases calvo", le contesta el desdichado, "no te diría quien soy, no te mostraría mi cara/ aunque mil veces me azotases". Entonces Dante le arranca "otro puñado de pelo", haciendo que Bocca lance aullidos de dolor. Mientras tanto, Virgilio, encargado por la voluntad divina de guiar al poeta, observa y guarda silencio.
Podemos interpretar ese silencio de Virgilio como aprobación. Varios círculos antes, en el Canto VIII, cuando los dos poetas navegan a través del Río Estigio, Dante, viendo cómo uno de los condenados se alza de las aguas inmundas, le pregunta, como siempre, de quién se trata. El alma pecaminosa no le da su nombre, sólo le dice que es "uno que llora" y Dante, sin conmoverse, lo maldice ferozmente. Virgilio, sonriente, toma a Dante en sus brazos y lo alaba con las palabras que San Lucas usó para alabar a Cristo. Entonces Dante, alentado por la reacción de su maestro, le dice que nada le daría mayor placer que ver al condenado volver a hundirse en el fango atroz. Virgilio le dice que así ocurrirá, y el episodio concluye con Dante agradeciendo a Dios la concesión de su deseo.
Através de los siglos, los comentadores de Dante han intentado justificar estos actos como ejemplos de "noble indignación" u "honorable cólera", que no es un pecado como la ira (según Santo Tomás de Aquino, uno de las fuentes intelectuales de Dante), sino una virtud nacida de una "causa justa". El problema, claro está, reside en la lectura del adjetivo "justo". En el caso de Dante, "justo" se refiere a su comprensión de la incuestionable justicia de Dios. Sentir compasión por los condenados es "injusto" porque significa oponerse a la imponderable voluntad divina.
Tan sólo tres cantos antes, Dante cae desmayado de piedad cuando el alma de Francesca, condenada a girar para siempre en el vendaval que castiga la lujuria, le cuenta su triste caso. Pero ahora, más avanzado en su ejemplar descenso, Dante ha perdido su flaqueza sentimental y su fe en la autoridad es más robusta.
Según la teología dantesca, el sistema legal impuesto por Dios no puede ser tachado ni de erróneo ni de cruel; por lo tanto, todo lo que decrete debe ser "justo" aun cuando se halle más allá del entendimiento humano. Las acciones de Dante -la tortura deliberada del prisionero preso en el hielo, su sórdido deseo de ver al otro prisionero ahogarse en el lodo- deben ser entendidas (dicen los comentadores) como una humilde obediencia a la Ley y a una incuestionable Autoridad Mayor.
Un argumento similar es propuesto hoy en día por quienes argumentan contra la investigación y condena de los torturadores. Y sin embargo, habrá pocos lectores de Dante que no sientan, al leer esos pasajes infernales, un mal sabor de boca. Quizás sea porque, si la justificación de la aparente crueldad dantesca yace en la naturaleza de la voluntad divina, entonces, en lugar de sentir que las acciones de Dante son redimidas por la fe, el lector siente que la fe es envilecida por las acciones de Dante.
De la misma manera, el implícito perdón a los torturadores, sólo porque los abusos ocurrieron en un pasado inmutable y bajo la autoridad y ley de otra administración, en lugar de alimentar la fe en la política del Gobierno actual, la envilece. Peor aún: tácitamente aceptada por la Administración de Obama, la vieja excusa de "sólo obedecí las órdenes" adquirirá renovado crédito y servirá de antecedente para futuras exoneraciones.
G. K. Chesterton dijo alguna vez: "Obviamente, no puede haber seguridad en una sociedad en la que el comentario de un juez de la Corte Suprema, diciendo que asesinar está mal, sea visto como un epigrama original y deslumbrante". Lo mismo puede decirse de una sociedad que, bajo no importa qué circunstancias, rehúsa investigar y condenar infames actos de tortura.
quinta-feira, 16 de abril de 2009
A díficl guerra contra o narcotráfico no México.
México, bajo el azote del narcotráfico
Obama llega a un país donde el Estado y los carteles se disputan el monopolio de la violencia. Esta situación, que en 2008 provocó 7.000 asesinatos, se ha ido gestando a lo largo de los últimos cinco lustros.
SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
La visita a México del presidente Barack Obama se inscribe en una situación de excepcional degradación institucional al sur de la frontera de Estados Unidos. La inseguridad y la violencia, producto de la guerra del narcotráfico y otras industrias del delito, en particular el secuestro, nunca habían sido tan graves en México como ahora. Los 7.000 muertos de 2008 duplicaron la cifra del 2007. Y tan sólo en el primer trimestre de este año se cuentan 1.000 muertos. El año pasado hubo un promedio de 17 secuestros por día en todo el país, y el índice de impunidad de los delitos llegó al 99%, de acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
El Gobierno del presidente Felipe Calderón comenzó con una operación firme del Ejército en tareas de combate al narcotráfico. A pesar de su espectacularidad, los resultados han sido escasos. Los grupos delictivos multiplicaron su capacidad ofensiva y su control a lo largo y a lo ancho del territorio nacional, sobre todo en Chihuahua, Tamaulipas, Michoacán, Nuevo León y Tabasco, entre otros Estados. Por su parte, el Gobierno mexicano ha reducido el problema a media docena de localidades, entre ellas, Ciudad Juárez. Sin embargo, las bajas de esta guerra están en todas partes: delincuentes, militares, policías, ciudadanos.
Bajo la disputa del monopolio de la violencia entre el Estado y los narcotraficantes en sus diversas facciones, que luchan entre sí por la hegemonía del crimen y el dominio de los territorios, el despliegue de 90.000 soldados en varios puntos del país se ha convertido en un factor que tiende a empeorar los escenarios por el abuso de la fuerza y su falta de respeto a los derechos humanos. Al visitar México, la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), Louise Arbour, expresó ya el peligro que implica esta participación.
Al igual que otras veces durante los últimos años, el Gobierno mexicano ofreció, en víspera de un encuentro binacional y como muestra de su voluntad de combatir al narcotráfico, la detención de un narcotraficante de renombre. En este caso, se detuvo a Vicente Carrillo Leyva, hijo del que fuera jefe del cártel de Juárez Amado Carrillo Fuentes, el extinto Señor de los cielos. A pesar de que desde 1998 hubo orden de aprehensión contra Carrillo Leyva, derivada del Maxiproceso del Gobierno contra tal grupo criminal, las autoridades permitieron que éste, originario del Estado de Sinaloa al noroeste del país, se instalara en un barrio adinerado de la capital, previa cirugía estética que apenas le modificó la nariz, y viviera libre durante años como un joven empresario.
Días antes, las autoridades habían detenido a Vicente Zambada Niebla, hijo de otro ex miembro del cártel de Juárez, Ismael El Mayo Zambada, ahora afecto al cártel de Sinaloa. Esta detención fue la respuesta del Gobierno al escándalo internacional que suscitó la presencia del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán Loera, cabeza del cártel de Sinaloa, en la lista de millonarios de la revista Forbes con una fortuna de 1.000 millones de dólares. Guzmán Loera, que se fugó en 2001 de un penal de "alta seguridad" en los primeros días del Gobierno de Vicente Fox Quesada, del Partido Acción Nacional (PAN), es conocido desde entonces como el capo del panismo, y permanece en libertad a pesar de existir orden de aprehensión contra él desde años atrás. Una red de corruptelas lo protege.
La situación adversa de México se gestó a lo largo de los últimos 25 años, y se asocia a los acuerdos de Estado y Gobierno con los cárteles de la droga, el uso del territorio del país para el trasiego de la cocaína proveniente de Sudamérica y la corrupción paulatina de las corporaciones militares y policiacas. Aquellos acuerdos fueron parte del apoyo mexicano en su territorio a la operación Irán-Contra de 1981, que dirigió el vicepresidente George Bush padre durante el mandato del presidente Ronald Reagan.
La operación, que consistió en el intercambio de armas para la contraguerrilla nicaragüense por drogas para el mercado de Estados Unidos, fue dirigida por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y participó su homóloga mexicana: la Dirección Federal de Seguridad (DFS). En esa época se dieron dos asesinatos emblemáticos que se atribuyen a intromisiones en tales nexos hasta entonces confidenciales: el del periodista mexicano Manuel Buendía y el del agente estadounidense anti-narcóticos Enrique Camarena. Su fantasma acompaña la degradación mexicana y la ambigüedad de Estados Unidos en el problema de las drogas en México y a nivel continental.
Dicho estigma ha continuado en sus dos vertientes: por un lado, periodistas amenazados, desaparecidos o asesinados mientras investigaban asuntos de crimen organizado y poder político (35 de ellos en los últimos siete años, como registra la CNDH); por otro, corporaciones militares o policiacas de ambos países inmersas en un juego de estrategia destructiva.
Casi nadie quiere recordar que la degradación mexicana comenzó y persiste en el seno de sus instituciones. El poder criminal que representa el narcotráfico en México es consustancial a su política y a su economía: cada año, las actividades por lavado de dinero ascienden a 24.000 millones de dólares, según difundió el diario The Washington Post en otoño pasado. El propio sistema financiero mexicano facilita que el lavado de dinero quede impune. Tratar de ignorar cómo se llegó y se sostiene esta aberración, está lejos de ayudar a detenerla.
A semejanza de antaño, se ha visto la escalada contradictoria de mensajes entre ambos países, que ha seguido un juego de dureza inicial acerca de México en tanto "Estado fallido" y riesgo para la seguridad de Estados Unidos, y, conforme se acerca la fecha del encuentro presidencial, se ha ido transformando en suavidad diplomática en busca de acuerdos básicos. Si se expresa la repetición de esta rutina, habrá un encuentro proclive a la propaganda y la hipocresía compartidas, más que el logro de un emplazamiento distinto del problema que trascienda las inercias del pasado.
Bajo el principio del prohibicionismo a la producción, el tráfico, la distribución, venta y consumo de las drogas, el combate a los cárteles seguirá el modelo de Estados Unidos impuesto a Colombia, que se funda en los riesgos a la soberanía nacional encubiertos bajo el rubro de la cooperación, el uso intensivo de fuerzas paramilitares susceptibles de ser corrompidas, el surgimiento de conflictos de contrainsurgencia, etcétera. Con todo, resulta imperativo que el Gobierno estadounidense se comprometa a restringir la demanda de drogas en su país y la oferta de armas, y que comience a aceptar la discusión sobre el fracaso de las acciones represivas en busca de un paradigma nuevo: la legalización de las drogas y su implantación gradual.
Hay muchas fuerzas geopolíticas y políticas dentro de ambos países que se benefician con el negocio de la ilegalidad de las drogas y el auge de las industrias delictivas. El caos aparente que trae consigo la violencia desatada y el imperio del crimen organizado es, en realidad, un escenario dirigido para las ganancias de algunos.
El presidente Felipe Calderón presume ante el mundo de su programa de combate al narcotráfico y al delito. Los hechos lo desfavorecen: su Acuerdo Nacional por la Seguridad, Justicia y Legalidad fue incapaz de inhibir el crimen organizado, lo que ha incrementado el poderío criminal y recrudecido la violencia. Ha ofrecido muchas acciones y las ha consumado, pero se ha olvidado de los resultados y la eficacia real de sus operativos; divulga sus cambios pero soslaya los nulos avances. Refugiado en el formalismo de su figura presidencial como último bastión, lo vemos perder poco a poco la batalla definitiva de su mandato. Y va en desventaja a su encuentro con el presidente Obama. Tendrá que añadir lucidez a su firmeza.
quinta-feira, 2 de abril de 2009
Notícias de uma guerra nada particular: a luta contra o narcotráfico
REPORTAJE
El 'narco' va ganando la guerra. ¿Y ahora qué hacemos?
La lucha contra las mafias va siempre por detrás de su capacidad para innovar - Cada vez más instituciones llaman a reconocer el fracaso y atacar la demanda
FERNANDO PEINADO ALCARAZ 02/04/2009
Las mafias de la droga se regeneran como la hidra de la mitología griega. Cuando la lucha policial bloquea una ruta, reaparecen por un nuevo camino; cuando los campos de coca o de opio son fumigados, desplazan los cultivos a otro rincón. A pesar de que la caza mundial del narco ha dado pocos frutos -los contrabandistas son cada vez más poderosos, las drogas más baratas y abundantes-, la mayoría de países se resiste a ensayar alternativas más allá de una persecución esquizofrénica, cara y contraproducente. ¿Hay métodos más eficaces para ganar la guerra de las drogas?
La cuestión ha cobrado fuerza en los últimos meses. Tocaba evaluar la estrategia trazada en 1998 por Naciones Unidas para un periodo de 10 años y los expertos han proclamado la derrota en la batalla contra los narcos y han pedido el abandono de una estrategia represiva que utópicamente se marcó como objetivo "un mundo libre de drogas".
Para conseguir esta meta, algunos Gobiernos apostaron por erradicar el origen del mal. Sin embargo, las campañas para eliminar con herbicidas las cosechas de coca suramericana han sido un despilfarro de dinero, principalmente estadounidense: sólo han conseguido trasladar las plantaciones a lugares más recónditos e inaccesibles y la producción mundial no ha disminuido.
Tampoco ha funcionado el bloqueo de las narcorrutas. Aunque la ONU estima que actualmente se decomisa alrededor del 42% de la producción mundial de cocaína y del 23% de heroína, los expertos en política antinarcóticos cuestionan la fiabilidad de esas cifras y argumentan que la cantidad de droga que se menudea en las calles europeas o estadounidenses es cada vez mayor, como prueba el descenso de los precios de venta: entre un 10% y un 30% en la última década.
Cuanto más difícil se lo han puesto las fuerzas del orden a los carteles, más ingenio y recursos han invertido éstos. Uno de los últimos ejemplos de la inagotable capacidad del crimen organizado para burlar la vigilancia son los narcosubmarinos. Se construyen en astilleros clandestinos en la selva colombiana y son capaces de transportar 10 toneladas de cocaína, a ras del agua rumbo al lucrativo mercado estadounidense. La Guardia Costera de EE UU, que ya ha puesto en marcha una inversión millonaria en sensores acuáticos, interceptó en 2008 una media de 10 semisumergibles al mes, aunque estima que cuatro de cada cinco llegan a su destino sin ser avistados. Los capos de la cocaína gallega han usado un narcosubmarino en al menos una ocasión, en 2006, cuando la Guardia Civil halló uno abandonado en la ría de Vigo.
Esta I+D del tráfico de droga crece alentada por la jugosa recompensa que supone cada operación realizada con éxito. Si fuera un país, Narcolandia sería la 21ª economía mundial, según la ONU, con un PIB anual de 243.000 millones de euros, justo detrás de Suecia, con 272.000 millones de euros. En el Tercer Mundo, los narcos son los empresarios más poderosos. Como en África Occidental, donde países como Guinea-Bissau tienen en el comercio de anacardos con India su principal fuente legal de ingresos.
Con estos incentivos no es extraño que, a pesar de los golpes policiales, siempre haya alguien dispuesto a jugarse una vida entre rejas por entrar en el negocio. "Los contrabandistas pagan a los campesinos 300 dólares (227 euros) por la hoja de coca necesaria para producir un kilo de cocaína, que en las calles estadounidenses, vendido en dosis de un gramo a 70 dólares (53 euros), les reportará 100.000 dólares (76.000 euros)", desgrana Peter Reuter, profesor de la Universidad de Maryland y uno de los más reputados expertos en políticas antidrogas, quien no cree que destinando más recursos a la represión se pueda reducir significativamente la cantidad de droga disponible en los mercados consumidores, EE UU y Europa. "Sería más eficaz disminuir la fuerte demanda de drogas en los países consumidores que seguir insistiendo en un control inviable de la oferta", opina Reuter.
"Es imperativo rectificar la estrategia de guerra a las drogas aplicada en los últimos 30 años", censura un informe publicado en febrero por la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, con tres ex presidentes entre sus miembros: Ernesto Zedillo (México), Fernando Henrique Cardoso (Brasil) y César Gaviria (Colombia). "Las políticas prohibicionistas (...) no han producido los resultados esperados. Estamos más lejos que nunca del objetivo proclamado de erradicación de las drogas". El informe acusa a EE UU y Europa de no hacer lo suficiente para prevenir o curar el apetito de drogas de sus ciudadanos, que estimula la producción y el tráfico desde el resto del mundo.
Apesar de los cuantiosos recursos invertidos en políticas antidroga (al año 40.000 millones de dólares en EE UU y 34.000 millones de euros en la UE), sólo uno de cada cuatro euros se destina a prevención del consumo, mientras que el resto se invierte en represión criminal. No es casual que las quejas provengan de la región que es el principal campo de batalla de la guerra contra los carteles: en México, el desafío criminal al Gobierno ha dejado más de 7.000 muertos desde enero de 2008, (supera los 6.628 registrados en Palestina e Israel entre 2000 y 2008 por la ONG B'Tselem) y la sangría se extiende por países vecinos, como Guatemala y Honduras. Hillary Clinton, secretaria de Estado de EE UU, ha reconocido que al no haber contenido el consumo doméstico, su país es corresponsable en el drama al sur de su frontera.
Apostar por alternativas no significa que haya que bajar la guardia frente a los narcos, advierte Antonio María Costa, director ejecutivo de la Oficina de la ONU contra las Drogas y el Delito (UNODC en inglés), una agencia que asiste y coordina a los Gobiernos. Costa reprocha que haya lobbies pro drogas que defiendan la legalización como solución. "No hay necesidad de sacrificar la protección de la salud de los ciudadanos para reducir el crimen. Ambos objetivos son compatibles", asegura.
Durante mucho tiempo, cualquier disidencia del discurso clásico prohibicionista ha levantado sospechas. Ahora que los carteles causan más estragos que nunca en Centroamérica, África Occidental o Afganistán, muchos se preguntan qué sentido tiene que los Estados hayan dejado a las mafias enriquecerse con el monopolio de la droga y proponen un régimen de legalización controlado que les restaría cuota de mercado.
"No me extrañaría que en 5 o 10 años emerja con fuerza en Europa el debate para legalizar la venta de cannabis", afirma Ethan Nadelmann, director ejecutivo de la Alianza por la Política de Drogas, una organización que promueve la legalización de la venta controlada de marihuana en EE UU. En su país, el principal abanderado de la guerra global contra la droga, aún se encarcela a los consumidores, pero la Administración de Obama acaba de romper el tabú imperante durante décadas sobre alternativas contra la droga con el anuncio de que apoyará con fondos federales los programas de distribución de jeringuillas para adictos. "El debate para abandonar el prohibicionismo no había estado tan candente en EE UU en 30 años", afirma Nadelmann. "Obama es más proclive a cambiar el rumbo, y eso va a afectar al resto del mundo porque reducirá las presiones en Europa para avanzar hacia políticas más progresistas", argumenta.
Partidarios o no de la legalización, la filosofía que mueve a los críticos del prohibicionismo es que la sociedad debe acostumbrarse a convivir con las drogas y a reducir los efectos más dañinos de éstas. "El ideal que sigue moviendo a muchos Gobiernos es la erradicación de las drogas", constata Iván Briscoe, experto en narcotráfico de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (Fride). "Sin embargo, no hay una política realista que se proponga reducir otros delitos, que no llevan aparejada una carga de moralidad tan extrema, como el hurto o el robo". Reuter cree que, en última instancia, la influencia que el Estado puede ejercer sobre la cantidad de droga que se consume es limitada porque son valores culturales y sociales los que entran en juego. "Hay países con consumo muy bajo a pesar de que nunca han diseñado una política pública de drogas".
Los paladines de la batalla sin cuartel contra los traficantes reconocen su derrota, pero la atribuyen a la escasa coordinación policial y a la poca voluntad de los Gobiernos para acabar con el lavado de dinero. El esfuerzo hasta ahora ha sido un parcheado de acciones nacionales y la cooperación no ha ido más allá del intercambio de información y asistencia técnica.
¿Haría falta una fuerza policial mundial? "No es necesario poner a los policías bajo un mismo mando", contesta Amado Philip de Andrés, encargado de desarrollo de programas de UNODC en América Latina. "Lo que nos preocupa es la poca cooperación que ha habido hasta ahora". Markus Schultze-Kraft, director en América Latina de International Crisis Group, una influyente organización que asesora a los Gobiernos en seguridad, cree que una policía internacional del narcotráfico es algo idealista. "Aún cuesta que se entiendan los policías de dos países que no comparten el idioma, como Alemania o España, cuando trabajan en un cuerpo de intercambio de información como Europol". Schultze-Kraft destaca el avance que supone el Centro de Análisis y Operaciones contra el Narcotráfico por Vía Marítima (MAOC-N por sus siglas inglesas), operativo desde 2007. Con sede en Lisboa, pretende vigilar la costa entre Suráfrica y Noruega, como hace desde 1989 al otro lado del Atlántico la estadounidense Fuerza de Tarea Conjunta Interagencias Sur (JIATF-S en inglés).
España, punto caliente en muchas de las narcorrutas, es uno de los países que más dinero gasta en lucha policial contra la droga. Intenta proteger su extensa frontera costera con un sofisticado y costoso despliegue de cámaras y sensores, el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE), que aunque ya cubre Andalucía, Murcia y las islas Canarias, no ha espantado a los narcotraficantes. Lo saben bien en Cádiz, provincia pionera en la instalación del SIVE, que a pesar de los éxitos policiales -el 25% de las incautaciones de droga de España en 2008- registra cada vez un tráfico más intenso, como ha advertido en numerosas ocasiones la fiscal antidroga de Cádiz, Ángeles Ayuso.
"Cuando desarticulan una organización, al día siguiente hay otros dispuestos a ocupar su lugar", critica Francisco Mena, presidente desde hace 20 años de la Coordinadora de Asociaciones Antidroga de la provincia, y buen conocedor de los impulsos que empujan a tantos hacia las redes criminales: "Un adolescente que vigile en la playa la presencia de guardias civiles gana unos 1.500 euros, el que alija se lleva entre 3.000 y 4.000 y el que lo carga en su coche unos 6.000". Pese a todo, y aunque Cádiz es una de las provincias andaluzas con más consumo, Mena reconoce que la situación de seguridad es ahora mejor que antes de que se implantara el SIVE.
El Plan Nacional sobre Drogas ha puesto un creciente énfasis en la prevención y tratamiento de los drogodependientes. En 2004, el plan dejó de estar bajo la órbita del Ministerio de Interior para ser coordinado por Sanidad, marcando el paso de un enfoque de orden público a otro de protección de la salud. "Hay que profundizar en la prevención, pero el problema de las drogas presenta muchas caras y necesita actuaciones en una diversidad de ámbitos", asegura la delegada del Plan Nacional de Drogas, Carmen Moya: "Es cierto que las medidas represivas exclusivamente no resuelven el problema, pero no podemos menoscabar en medios policiales". Si en 2003 había 3.491 policías y guardias civiles combatiendo al crimen organizado, hoy son 10.653 los agentes dedicados a esta labor.
En 2009 está prevista la ampliación del SIVE por el Este, para frenar la entrada de droga por el delta del Ebro, pero los narcos han inaugurado una nueva vía de acceso mucho más permeable: la entrada por carretera desde los Balcanes. También han intensificado la ruta africana de la cocaína, y siguen colando la droga en zodiac, avionetas, contenedores de mercancías o en los intestinos de los camellos en vuelos comerciales. La creatividad y sofisticación de los traficantes parece no tener fin. El Cuerpo Nacional de Policía de Barcelona interceptó el 20 de marzo un paquete procedente de Venezuela que contenía una vajilla de 42 piezas -vasos, platos y vasijas- fabricada con cocaína.
quarta-feira, 1 de abril de 2009
Tópicos da guerra contra o tráfico
M. Á. BASTENIER
'Narcoguerra' en México y Colombia
Colombia y México están íntimamente vinculados por el narcotráfico. Ambos países son ámbitos de producción y tránsito de droga con destino a Estados Unidos, con su formidable mercado de 35 millones de consumidores, y el asalto a las instituciones del Estado que Colombia sufría en los años ochenta y noventa parece una calcomanía de lo que hoy sucede en México. Ha habido un trasvase de mafias, una implantación de carteles de la droga de Colombia en México, porque la demanda es tal que la oferta se ubica allí donde esté el eslabón más débil. Pero los dos países no son vasos comunicantes, porque no es que el primero se vacíe para llenar el segundo, sino que México se colombianiza, sin que Bogotá se vacíe por ello del problema.
En 1982, el presidente norteamericano Ronald Reagan creó la South Florida Task Force, que destruyó los canales de distribución colombianos por mar hasta Miami, lo que dio lugar a la operación trasvase, mediante la cual los carteles colombianos comenzaron a establecer con socios locales nuevas rutas a través de México. Al mismo tiempo, el Estado colombiano comenzaba a imprimir mayor vigor a la lucha contra el narco. Bajo la presidencia de Ernesto Samper en los noventa, se dieron severos golpes al cartel de Medellín, se dice que con la colaboración de las mafias de Cali, y aunque fue esa presunta connivencia la que arruinó un prometedor mandato del que el propio presidente cuenta que se levantaba cada mañana preguntando qué fuego había que apagar, a su término, en 1998, la guerra ya no podía perderse. Andrés Pastrana y Álvaro Uribe han sido los continuadores de esa obra y, muy notablemente, este último ha apostado sus dos mandatos, y puede que un tercero, a la derrota de la narcoguerrilla, FARC, bajo cuyo amparo crece la coca.
Unos 150.000 mexicanos viven del cultivo, procesamiento y distribución de coca, opio y marihuana, y otros 300.000 operan en industrias complementarias, mientras que en Colombia se decía que uno de cada cuatro varones adultos vivía del negocio de la violencia. Las mafias actúan con impunidad en los Estados de Nuevo León, Guanajuato, Tamaulipas, Chihuahua y Veracruz, y, también como en la Colombia de Pablo Escobar, han desarrollado una red asistencial para facilitar despensas y ayudas económicas a los marginados con el objeto de crearse un escudo de opinión mientras corrompen a las autoridades. No en vano, la mafia siciliana nació en el siglo XIX para saquear el Estado, pero también fue un servicio de auxilios al pequeño campesino y jornalero contra los abusos de la propiedad latifundista.
Esa corrupción afecta hasta tal punto a la policía y los servicios de información que el presidente Felipe Calderón ha tenido que enviar al Ejército a la reconquista de Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, donde son militares los nuevos jefes de los servicios de seguridad y operan 7.500 soldados patrullando carreteras y caminos, como hace el contingente de la OTAN en Afganistán. En esa localidad de millón y medio de habitantes, ha habido en los primeros 50 días de 2009 500 asesinatos; y desde 2006, en todo México, más de 10.000 muertes vinculadas al narco, tres veces más que las bajas de Estados Unidos en seis años de guerra en Irak.
En Colombia, la superposición de las FARC para la protección y cobro del peaje sobre el cultivo ilícito ha difuminado el panorama, de forma que combatir a la guerrilla parece que lo tapa todo, y pese a los indiscutibles éxitos militares del Estado, la extensión de los campos de coca nunca disminuye. Si mañana las FARC se autodisolvieran, la erradicación del narco se hallaría lejos de estar garantizada, porque a los antiguos carteles les han sucedido gran número de pequeños traficantes diseminados por una geografía abrupta, mal comunicada e inabarcable por un Estado que, aun habiéndose reforzado notablemente con Uribe, necesitaría más tropas de las que parece dispuesto a sufragar el capitalismo nacional.
Diríase que el presidente estadounidense, Barack Obama, sólo hubiera heredado guerras de su predecesor: contra la crisis, contra el pueblo de Irak, contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán y Pakistán, y en su linde meridional, contra la droga. Sellar la frontera con México exigiría seguramente muchos más hombres que el medio millón que Estados Unidos envió a Vietnam a perder una guerra. Pero sin el concurso irrestricto del vecino del norte, cuesta creer que el combate al narco pueda culminarse con éxito.
segunda-feira, 8 de setembro de 2008
As tartarugas podem voar
Produção iraniana-iraquiana, "As tartarugas podem voar" dirige o nosso olhar para um mundo e um povo esquecidos. Para um país que, como a Palestina, quer existir. Teima em querer existir quando a geopolítica mundial aponta para o contrário. Refiro-me ao Curdistão. A ação do filme transcorre em uma aldéia curda iraquiana, mais precisamente em um mistura de aldeia e campo de refugiados. O momento é o que antecede à invasão do Iraque pelas tropas norte-americanas.
O filme nos pega pelo enredo, mas também pela interpretação realista emprestada à obra pelas crianças curdas. As crianças do filme, como tantas outras no mundo contemporânea, são as vítimas primeiras da guerra. E não apenas da guerra de agora. Mas de uma outra, igualmente sangrenta e cruel. A guerra conduzida por Saddam e sua Guarda contra o povo curdo.
No filme, entregues à própria sorte, as crianças buscam os caminhos mais improváveis para continuar vivendo. "Satélite" é uma delas. É o líder de um grupo de crianças, diversas delas mutiladas, dedicadas a recolher minas ainda não explodidas para vendê-las no infame mercado de armas das redondezas. Por que Satélite? Porque ele, com seus catorze anos, é um negociador, comunicador e um técnico em comunicações. E, por conta disso, é quem assme a tarefa, atribuída pelos anciãos, de adquirir uma parabólica para que a população local obtenha informações sobre os andamentos da guerra.
A vida de Satélite é revirada com a chegada à aldeia de uma bela menina, de não mais que treze anos, acompanhada de seu irmão sem braços e de uma criança - que ela rejeita com aspereza - e que, vamos a saber depois, é seu filho, resultado de um estupro coletivo perpetrado pelos soldados de Saddam quando da devastação de sua aldeia.
Descrito assim, o filme parece pouco atrativo. Mas, em que pese tal enredo e o realismo das cenas, a obra nos apresenta momentos de ternura, cenas caricatas e motivos para boas gargalhadas. Vale a pena, de verdade, assití-lo.